No tardaron en llegar noticias sobre la ceremonia de coronación de Namarie y el duque Borus. El Rey Vorgath había prometido que realizaría una ceremonia inolvidable como prueba de su poderío y majestad. Las invitaciones fueron enviadas a todos los reinos vecinos, incluyendo a Elidia y Avalonia, dos reinos ubicados al sur de Valtoria que en ocasiones causaban problemas con la delimitación de su territorio. Antes de mi viaje a Europa escuchaba que constantemente le reclamaban a mi padre que les devolviese los territorios que supuestamente les correspondía a sus ancestros. También supe que el consejero Dunovan había sido encarcelado por acusaciones que lo vinculaban con Los radicales.
Apoyaba mi cabeza en el espaldar de una silla, mientras mis manos acariciaban el pañuelo que siempre cubría mi rostro; este me ayudaba a pesar desapercibida en el nuevo refugio. Cuando estaba en esa especie de compartimento aprovechado gracias a las concavidades de esa piedra primigenia no lo llevaba encima porque nadie más que Jimin entraba en este. En estos compartimentos no había puertas por lo que, jamás uno podría estar avisado si alguien ajeno penetraba allí.
—¿Eres tú? —escuché una voz incrédula.
Aunque la fiebre no me dejaba de atormentar por completo, no perdía la cuenta de los días transcurridos en la cueva. Debían ser cuatro.
—¿Cómo fue que llegaste aquí?
Me levanté asustada. De no haber sido por el rostro familiar que luego reconocí pude incluso hasta haber gritado.
—Estaba preocupado, no creí que tu padre tomara una decisión como esa —.Me abrazó conmovido.
Me separé de Jin tratando de estabilizarme; mi cuerpo aún no se recuperaba del todo, porque me había invadido un mareo repentino. Tal vez fruto de aquella visita tan inesperada.
—Él ¿sabe que estás aquí?
Negué con la cabeza.
—No pienso quedarme mucho tiempo. Debo pensar en algo que me permita subsistir.
—No pienses en eso. Deja que el tiempo acomode las cosas —añadió—, bueno… también te ayudaré para que no te sientas tan sola.
En ese momento entró el sastre sorprendido de ver mi rostro descubierto. Tenía razón en estarlo porque habíamos acordado, que para mantener mi secreto, no mostraría mi rostro a ninguno de ellos, a pesar de haberlos conocido.
—¿Por qué no lo dijiste?... ¿Por qué no dijiste que ella estaba aquí? —protestó Jin al verlo.
—Ella prefirió que nadie lo sepa —respondió cortante.
Los tres guardamos silencio. Parecía que nos envolvía la neblina de la desesperanza.
—Espero que pronto podamos sentirnos más tranquilos… —dijo Jin para evitar el silencio incómodo.
—Nadie quiere vivir por siempre escondido de la luz del sol —dijo Jimin.
—Debemos resistir.
Jimin se sentó en la silla que antes yo había ocupado con las manos en las rodillas.
—El Rey ha escrito un nuevo decreto donde dice que cualquier enemigo del reino será capturado y ejecutado.
—Vaya, creo que tendremos que escondernos por el resto de nuestra vida en esta inhóspita cueva —dijo Jin sarcástico.
—Al menos el miedo nos ha dejado—dije divagando.
Como si hubiéramos entrado en un profundo letargo cruzamos miradas. ¿Por qué tener miedo ahora después de haber experimentado tantas desgracias juntos?, ¿por qué temer la muerte si habíamos dormido juntos con ella? Pensaba en nuestros suspiros finales, ¿nos llegará un remordimiento por lo que hicimos, por las decisiones tomadas?, ¿por qué el dolor me acompañó siempre si sentí que solo hacía lo correcto?, ¿por qué cuando imaginé y luché por una vida utópica, nada parece tener sentido y el universo se niega a aceptar mi buena voluntad en desechar la maldad? o ¿solo deberían ser felices ellos, los que creen que deliramos?
☆ ☆ ☆
En las noches que no había ningún resplandor ellos salían de esa cueva. Nadie era testigo de sus reuniones deprimentes, ni siquiera la luna. Se ubicaban en la llanura espesa que parecía guarecerlos maternalmente al encubrir la cueva profunda con su vegetación. Para evitar llamar la atención evitaban prender una hoguera, por ello salían puestos encima todos sus trajes para no perecer de frío.
La primera vez que estuve con ellos, hace algún tiempo, tuve la percepción de un tiempo que transcurría lento y perezoso, arrastrándose como una culebra. Ahora, se había detenido. Había noches que al levantar la vista al cielo y ver reflejada en la tierra que pisábamos esa misma oscuridad, creía que éramos los únicos que sobrevíviamos de esa manera. Era una especie de sentimiento de soledad. Era la soledad de sentirse remotamente olvidado porque los demás seres que veías no eran ya semejantes a ti, a ratos solo eran espectros que se esfumaban. No puedo precisar cuanto tiempo me refugié en esa cueva, lo único que recuerdo es que me tumbaba en la litera presa de tanta desesperanza y me inmovilizaba como si esperara que mi ser abandonara esa crisálida que un día soñó llevar una corona. Otras veces me sentía descubierta por extraños espíritus que me susurraban "traidora".
Una noche salí con ellos porque Jimin me insistió. Me senté a su lado con el rostro cubierto como acostumbraba. Taehyung asaba con emoción el venado que había cazado en la madrugada con mucha suerte. Todos reían como en los viejos tiempos; debo decir que me dejé llevar por su algarabía e incluso me movía al son de los estribillos que recitaban. De repente, sentí que Jungkook me observaba con detalle. Me puse nerviosa y quise volver a la cueva.
—¿No es una molestia comer con ese trozo de tela sobre la cara? —preguntó extrañado.
Jimin volteó levemente hacia mí.
—Soy muy enfermiza… el frío de la noche hace congestionar mis pulmones.
—Eso es cierto —agregó Jimin—, hace unos días pescó una gripe solo por haber salido a tomar un poco de aire fresco.
No habló más y siguió comiendo. Su temperamento había cambiado, antes escuchaba atentamente las historias de Rasumikhine junto al fuego y hacía preguntas. Ahora parecía absorto en sus pensamientos. Se retiró a descansar antes que los demás. Poco a poco las sombras tenues que proyectaba el fuego sobre las paredes de la cueva se fueron mermando. Al final, me quedé con Jimin y Jin, pero Jimin mencionó que se sentía cansado porque había acompañado a Taehyung a cazar aquel día. Así que Jin decidió sentarse a mi lado, ya que, había estado todo el tiempo al otro extremo de la hoguera.
—¿Tú no estás cansado? —pregunté en tono de sorna.
Apenas sonrío.
—¿Y tú, ya estás cansada?
Claro que no se refería a ese estado corporal que para recuperarte debes reposar un rato. Creo que se refería a que si esta forma de vivir me resultaba monótona.
—¿Cómo está él? —Hizo un gesto como si no entendiera—. ¿Jungkook está bien?
—Se ha vuelto distante. Es difícil saber lo que pasa por su cabeza.
—Debe estar desilusionado…
—¿Crees que pueda comenzar de nuevo? Siento que las cosas ya no son las mismas que antes y ellos se cansarán de permanecer como ermitaños en esta cueva.
—Todo es incierto…
—Habla con él… —susurró con alguna esperanza contenida en la garganta—. Aunque sea la última vez—. Al ver que callaba prosiguió —¿Por cuánto tiempo seguirás ocultándote?
—No planeo quedarme mucho tiempo.
—Confiaba mucho en tí, incluso hubiera renunciado a todo si era necesario para salvarte. ¿Vas a dejar esto así? Tu también formabas parte de esto.
—Lo decepcioné. No hay nada que debamos hablar. Nunca debimos habernos conocido.
—¿Por qué dices eso? Estás diciendo que nunca fue genuino.
—¿Crees que él se merecía eso? Podría haber esperado recibir una flecha de su peor enemigo pero de mí jamás y eso lo hace imperdonable.
—Debes explicarle lo que pasó ese día. Ese día… seguro estuviste bajo mucha presión y muy abatida… Debes hablar con él.
—No lo justifica.
Me levanté y apagué el fuego con unas cuantas pisadas.
—Si tú no hubieras interrumpido mi flecha lo hubiera matado… pero eso no me hace sentir menos miserable. Ese día dos monstruos se enfrentaron en mis abismos, el uno era pequeño y lleno de espinas, quería la corona como fuera posible y el otro era brillante pero cobarde, incluso más grande que el primero. El brillante fue devorado por el más pequeño y este tomó control de mis dedos. Ese monstruo fue el que tensó el arco por segunda ocasión.
Jin se levantó incrédulo con los ojos muy abiertos.
—¿Ibas a matarlo? —avanzó a balbucear.