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Chapter 10 - Capitulo 10:

capitulo 10-

El tercer año en Hogwarts comenzó con la misma rutina de siempre: el tren, los pasillos repletos de estudiantes, los gritos al llegar al castillo... Pero para Matt, algo se sentía diferente. Su cuerpo era más fuerte, su control mágico más firme, y su percepción, más aguda. En las noches, mientras todos dormían, él practicaba en secreto. No lanzaba hechizos comunes. Lo que nacía de sus manos no era solo magia... era una energía salvaje, una llama oscura que ardía sin consumir, que obedecía solo a su voluntad.

Una noche, mientras probaba canalizarla en silencio en la Sala de Menesteres, vio cómo las piedras del suelo se ennegrecían bajo sus pies. La temperatura bajaba, no subía. El fuego negro absorbía la calidez del entorno, dejándolo con el pecho agitado y la mirada temblorosa. Lo apagó de inmediato, jadeando.

Al día siguiente, recibió una nota que le provocó un escalofrío. No tenía remitente, pero la letra era inconfundible:

"Sr. Moore. Esta noche a las ocho, mi oficina. -A. D."

Matt guardó el pergamino sin responder. Intentó convencerse de que era solo una charla común. Pero por dentro, sabía que no.

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El despacho del director lo esperaba igual que la primera vez: lleno de retratos dormidos, artefactos que zumbaban en silencio, y la imponente figura de Dumbledore tras su escritorio. Esta vez, sin embargo, el anciano mago no sonreía. Observaba a Matt con una expresión seria, inquisitiva.

-Tome asiento, Matt -dijo con voz grave.

Matt lo hizo, sin apartar la vista de él.

-¿Sabe por qué está aquí?

-No, señor.

-He sentido... algo -Dumbledore entrelazó los dedos-. Una energía en el castillo. Oscura. Poderosa. Muy poco común. Y parece emanar de usted.

Matt sintió un nudo en la garganta. No dijo nada.

-Le hablaré con honestidad -continuó el director-. Usted posee una magia que no se manifiesta de forma convencional. Su varita tiene dos núcleos de fuego, uno de ellos el corazón de un dragón. No es una elección casual. Además, usted ha canalizado fuego negro.

Matt apretó los puños.

-No sé de qué me habla.

Dumbledore lo miró, y por un instante, sus ojos brillaron con esa intensidad etérea que lo hacía parecer más allá de lo humano.

-Matt... soy muy bueno leyendo entre líneas. Pero si usted no desea hablar, tendré que buscar por mi cuenta.

Matt se levantó con brusquedad.

-¿Está amenazándome?

-No, muchacho. Solo...

Pero entonces ocurrió. Dumbledore alzó la mano sutilmente y una presión invisible cayó sobre la mente de Matt. Una voz suave, un susurro profundo, buscaba atravesar sus pensamientos, hurgar entre sus recuerdos, forzar su voluntad.

Legeremancia.

-¡No! -rugió Matt, retrocediendo. Una oleada de fuego negro brotó de su piel, etérea, intangible pero tan viva como su ira.

La oficina se sacudió. Los retratos despertaron, asustados. Fawkes chilló, agitado.

Dumbledore se vio obligado a detener su intento, retrocediendo con una expresión de sorpresa... y respeto.

-¿Cómo... bloqueaste eso?

Matt jadeaba, con la mirada encendida.

-Usted no tenía derecho.

-No quería hacerte daño.

-Pues lo hizo -espetó Matt, girando sobre sus talones-. Me equivoqué sobre usted. Me equivoqué sobre Hogwarts.

Y se fue, sin esperar permiso.

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-¡¿Qué demonios pretendías, Albus?! -Snape irrumpió en la oficina minutos después, el rostro lívido.

Dumbledore seguía de pie, mirando por la ventana.

-Lo sentí, Severus. Como una vibración en los cimientos del castillo. El fuego negro no es una broma.

-Lo sé -dijo Snape-. Pero él es un niño. ¡Un muchacho que apenas está empezando a entender lo que es la magia! Lo criaron en la calle, Albus. No sabe lo que tiene dentro, y tú decides invadir su mente como si fuera un criminal.

-No lo hice por maldad. Quería evitar...

-¿Otro Voldemort? -lo interrumpió Snape con furia-. ¡Pues lo estás empujando directo por ese camino!

El silencio se instaló entre ambos. Luego Dumbledore suspiró.

-Su poder... me recuerda a Tom. Hay demasiadas similitudes. Solo quería prevenir.

-Entonces empieza por confiar. No por quebrarlo.

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Matt no durmió esa noche. Se quedó en la torre, mirando el cielo negro desde un ventanal alto. A su lado, una pequeña esfera de fuego oscuro flotaba, girando lentamente, como una extensión de su alma.

-Hogwarts no es lo que creí -murmuró-. Pensé que encontraría un hogar, un lugar donde todos nos apoyáramos. Pensé en compañerismo, en unión. En familias mágicas que se ayudaban unas a otras.

Su mirada se endureció.

-Pero solo hay divisiones. Casas enfrentadas. Silencios. Secretos. Ignorancia... y miedo.

Cerró la mano sobre la esfera. Esta desapareció como si nunca hubiera existido.

-Entonces tendré que hacer mi propio camino.

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Las siguientes semanas en clase marcaron un cambio. Matt participaba poco, pero cuando lo hacía, destacaba. Su magia era más precisa, sus encantamientos más potentes. En Defensa Contra las Artes Oscuras, tumbó a tres alumnos mayores en un ejercicio sin varita, solo con la fuerza de su cuerpo y un pequeño impulso mágico. En Pociones, preparó un suero que Snape consideró "casi perfecto", aunque no lo dijo en voz alta.

El rumor sobre su enfrentamiento con el director se propagó en susurros. Nadie sabía exactamente qué pasó, pero todos notaban que Dumbledore lo miraba ahora con una mezcla de vigilancia y curiosidad.

Una tarde, mientras practicaban en el aula de encantamientos, Matt conjuró un Protego Totalum tan sólido que repelió un hechizo explosivo sin el menor rasguño. Flitwick lo observó fascinado.

-Una defensa así... solo la he visto en magos adultos, y no muchos.

-Estoy entrenando -respondió Matt simplemente.

-¿Para qué?

Matt lo miró por un instante.

-Para protegerme.

Y eso fue todo.

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Una noche, Snape lo interceptó en uno de los corredores poco transitados del ala este.

-¿Podemos hablar?

Matt dudó, pero asintió.

Se sentaron en un banco de piedra, entre las sombras.

-Lo siento -dijo Snape, directo-. Por lo que hizo Dumbledore.

Matt no respondió de inmediato.

-Sabía que era poderoso... pero no que pudiera meterse en tu mente tan fácil.

-No fue fácil -murmuró Matt-. Y no se lo permití.

Snape lo miró con algo que podía pasar por orgullo.

-Te defendiste bien. Muy bien.

-No fue magia. Solo... lo rechacé.

-Eso también es magia. No todo se lanza con una varita.

Hubo un silencio breve.

-¿Y ahora? -preguntó Snape-. ¿Qué harás?

Matt lo pensó.

-Aprenderé más. Mejoraré más. Me entrenaré. Pero no por ellos. No para demostrar nada.

Snape inclinó la cabeza.

-¿Entonces para qué?

-Para que nunca más alguien intente controlar lo que no entiende.

Y en esa frase, aunque no lo supieran, se selló el inicio de algo más grande: una evolución inevitable. Porque el fuego negro no era solo un poder. Era una voluntad. Y estaba despertando.

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El sol se colaba entre las hojas doradas de los árboles del Bosque Prohibido, lanzando destellos sobre el lago. Matt estaba sentado en su rincón habitual, bajo una de las encinas cercanas a la orilla. Había encontrado allí un refugio silencioso, lejos del bullicio de los pasillos y de las miradas que, aunque no siempre hostiles, parecían pesarle más cada día. Tenía un libro de encantamientos abierto sobre las piernas, pero no leía. Solo observaba el reflejo del cielo en el agua. Su mente estaba cargada de preguntas que no sabía cómo formular en voz alta.

-¿No te cansas de estar siempre solo? -preguntó una voz a su espalda.

Matt se giró bruscamente. No la había oído acercarse. Era Tonks.

-No estoy solo -dijo con un tono defensivo-. Estoy... pensando.

Tonks sonrió con esa irreverencia traviesa que parecía rodearla como un perfume.

-Pensar demasiado te puede hacer daño, ¿sabes? A veces solo necesitas dejarte llevar.

Matt bajó la mirada hacia el libro, incómodo. Tonks dio un par de pasos y se sentó a su lado sin pedir permiso. Su cabello era hoy de un azul intenso, más oscuro en las raíces, casi negro. Le gustaba cambiarlo con frecuencia, pero Matt empezaba a notar un patrón: el azul aparecía cuando estaba melancólica.

-¿Qué haces aquí? -preguntó él, todavía con la voz baja.

-Pensaba que ya habíamos aclarado eso -respondió ella con una media sonrisa-. Vengo a molestarte, como siempre.

Matt no respondió. Aunque sentía algo cálido cuando ella estaba cerca, una parte de él temía confiar. Ya había tenido demasiadas decepciones en su vida como para entregarse sin reservas.

-Escucha -dijo Tonks, esta vez más seria-. Sé que te están haciendo la vida difícil. Los rumores... los susurros. No es justo.

Matt la miró por fin, con una mezcla de escepticismo y agradecimiento. Nadie, fuera de Snape, se había acercado a él de esa manera. Ni siquiera los profesores.

-No tienen razón para hacerlo -dijo él-. No les he hecho nada.

-Precisamente por eso -respondió ella-. Tienes algo que no entienden. Algo que les asusta. Y tú no te adaptas, no sonríes todo el tiempo, no haces lo que esperan. Eso los incomoda.

El joven bajó la mirada. No quería hablar de eso. No quería hablar del fuego negro que ardía en sus sueños, ni del extraño temblor que sentía en las manos cuando sus emociones se desbordaban.

-Me siento... como si no encajara aquí -confesó al fin-. Como si Hogwarts estuviera dividido en pedazos y yo no perteneciera a ninguno.

Tonks suspiró y se dejó caer de espaldas sobre la hierba, mirando el cielo.

-Te entiendo -dijo-. Aunque no lo creas, yo también he sentido eso. Todos esperan que yo sea "la divertida Tonks", la metamorfomaga que puede hacer cualquier cosa... Pero a veces solo quiero que me vean por lo que soy. No por lo que puedo cambiar de mí.

Matt giró el rostro hacia ella, sorprendido. Por un momento, vio algo más allá de la imagen despreocupada que Tonks proyectaba.

-¿Y qué eres entonces? -preguntó.

-Una bruja que está por graduarse y que no tiene idea de qué hacer con su vida. Una chica que a veces tiene miedo de que, una vez que me quite el disfraz, no quede nada interesante debajo.

El silencio se instaló entre ellos, cómodo y sincero. Por primera vez, Matt sintió que alguien hablaba desde el mismo lugar de oscuridad y duda que él había habitado durante años.

-Gracias por hablar conmigo -dijo en voz baja.

-No lo agradezcas aún -respondió ella, girando el rostro hacia él-. Aún no hemos terminado. Quiero enseñarte algo.

-¿Enseñarme?

-Sí -dijo con una sonrisa-. A transformar el rostro. No como yo, claro, pero puedes jugar un poco con tus gestos. Es útil para despistar a los que creen que te conocen.

Matt dudó. Pero cuando Tonks sacó su varita y empezó a cambiar pequeñas expresiones de su cara como si fueran máscaras de teatro, no pudo evitar reír. Por un momento, el peso en su pecho se alivió.

Pasaron horas allí, hablando de cosas sin importancia, riendo, e incluso entrenando hechizos de defensa básica. Tonks le dio consejos, le contó anécdotas sobre sus primeros años, y le mostró algunos movimientos de duelos que no estaban en los libros.

-¿Vas a convertirte en aurora? -preguntó él al final.

-No lo sé -respondió, pensativa-. Tal vez. Pero una parte de mí cree que hay otras formas de luchar contra la oscuridad. No todas tienen que ver con varitas.

-¿Entonces cómo?

Ella lo miró directo a los ojos. La respuesta fue suave, pero firme:

-Siendo alguien a quien los demás puedan seguir. Con esperanza.

Matt no dijo nada, pero esa frase se quedó con él incluso después de que Tonks se levantó, se sacudió la hierba del uniforme y se despidió con una sonrisa y un guiño.

Él la observó alejarse hasta que desapareció entre los árboles.

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