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Chapter 11 - Capítulo 11

LUCIA.

 

La tensión se sentía en el aire como una niebla espesa que apretaba el pecho. Las alarmas apenas se habían apagado cuando mi voz se elevó entre el caos:

 

"¡Muevan a los civiles al fondo de la habitación, los pacientes muevanlos a la otra ala más segura!" Ordené con firmeza, señalando con la mano mientras me abría paso entre camillas, equipo médico y rostros asustados.

 

Los enfermeros reaccionaron rápido, el entrenamiento y la adrenalina activando sus cuerpos como relojes bien calibrados. Un par de soldados, los pocos que quedaban en el hospital, se sumaron de inmediato, guiando y asegurando el camino con armas listas. Los veteranos que estaban de voluntarios no necesitaban más instrucciones: se movían con precisión, ayudando a levantar pacientes, asegurando puertas, cargando lo que fuera necesario.

 

Las ruedas de las camillas chirriaban, los gritos eran constantes, pero nadie se detenía. Afuera, el ruido lejano de disparos nos recordaba que el infierno no estaba lejos, solo conteníamos el aliento, esperando que no nos tragara también.

 

Yo sabía que no teníamos el lujo del error.

 

Los disparos afuera eran una constante sinfonía de muerte. El retumbar de las ráfagas, los gritos apagados, y el chocar de botas contra el pavimento llegaban a través de las paredes del hospital como ecos de una tormenta que no cesaba. Las ventanas, ya agrietadas por el impacto, temblaban con cada explosión cercana. Algunas no resistieron más y estallaron, dejando entrar el viento seco y olor a pólvora.

 

Vi a dos soldados veteranos tomar posición junto a las entradas principales, disparando con precisión. Uno de ellos, con el rostro curtido y cicatrices antiguas, gritó órdenes en su idioma natal mientras cubría a otro que lanzaba una granada por encima de una barrera improvisada.

 

Dentro, un soldado más joven, con el rostro manchado de polvo y sangre, entró corriendo por el pasillo.

 

"¡Los refuerzos vienen en camino! El grupo con los civiles ya está rumbo al punto de extracción. El camino está asegurado... al menos por ahora", anunció, su respiración agitada.

 

Sentí un leve alivio. Asentí, aunque mi corazón seguía golpeando con fuerza en mi pecho.

 

"Al menos Leonardo está bien… lejos de todo esto," pensé. Una parte de mí se aferraba con fuerza a esa idea. Él había sufrido demasiado. Había sangrado y casi muerto en un infierno distinto, y esta vez, al menos esta vez, no estaba en el fuego cruzado.

 

Pero el crujido de una pared colapsando me recordó que aquí, donde yo seguía respirando, el infierno todavía ardía.

 

Corrí por el pasillo central mientras el humo comenzaba a filtrarse por una de las alas del hospital. El olor a madera quemada, yeso roto y metal caliente se impregnaba en todo. Vi a uno de los médicos ayudar a mover a una mujer herida en camilla; tenía el rostro cubierto de polvo y la pierna ensangrentada. Me acerqué para tomar el otro extremo.

 

"¡Sala B, ahora!" grité, y entre ambos la llevamos al ala segura mientras los disparos seguían tronando fuera.

 

Los voluntarios, aunque no todos con experiencia en combate, trabajaban sin pausa, formando barricadas improvisadas con escritorios, camillas, puertas desprendidas. Una enfermera arrojó un extintor hacia una pequeña llama que se colaba por el marco de una ventana rota. Los veteranos nos cubrían desde las esquinas, disparando con precisión, otros pasaban cartuchos, gritaban códigos, hacían señales.

 

Uno de los soldados rusos se acercó, cubriéndose la cabeza por una explosión cercana.

 

"Están tratando de rodearnos por el norte, pero la entrada trasera aún está segura. Si aguantamos quince minutos más, llegarán los refuerzos desde el paso sur," informó con voz tensa.

 

Asentí. Me limpié el sudor de la frente, respirando hondo.

 

"Que todos los que puedan pelear se preparen en esa zona, incluyan a los veteranos que estén aptos para disparar. El resto, mantengan a los civiles y heridos alejados del norte. Si caemos, será por ahí", ordené.

 

Y mientras gritaba eso, mi mente volvió a él. A Leonardo.

"Por favor… no regreses aquí."

 

Como si pudiera escucharme, como si el universo no se burlara de nuestras esperanzas. Porque algo dentro de mí no se sentía tan segura.

 

El techo vibró. No por una explosión, no por un derrumbe… sino por algo más rítmico. Pesado. Como un tambor metálico resonando sobre nuestras cabezas.

 

Clang.

 

Clang.

 

Clang.

 

Me quedé inmóvil por un instante. Todos lo hicieron. Los disparos comenzaron a disminuir afuera, como si algo acaparara toda la atención, y entonces…

 

Un chirrido metálico, como si algo gigante se deslizara, rozando con violencia los muros de concreto. Y luego un grito.

 

"¡¿Qué mierda es eso?! ¡Disparen, disparen!"

 

El fuego volvió con fuerza, pero algo era distinto. Las ráfagas no tenían el mismo efecto. Desde dentro se escuchaba el eco de las balas, muchas, como una lluvia… pero no el impacto típico contra carne, ni gritos de dolor.

 

No. Sonaban como si golpearan algo sólido. Algo… blindado.

 

"¡Las balas rebotan!" gritó alguien afuera, su voz al borde del pánico.

 

Mi pecho se apretó. Sentí la sangre enfriarse. No era un tanque, no era un dron. No era nada que hubiéramos enfrentado antes en esta zona.

 

Volví la mirada hacia uno de los soldados rusos que estaba cerca de la puerta.

 

"¿Ustedes trajeron algún tipo de exoesqueleto?"

 

Negó rápidamente, mirando hacia la entrada como si temiera ver aparecer a un monstruo.

 

"Eso no es nuestro."

 

Mi mente voló. Leonardo… sus heridas, las cosas que dijo. Lo que dejó caer en aquella información que les dio a los soldados…

 

¿Era esto lo que él había enfrentado solo?

 

Tragué saliva.

 

"Prepárense. Lo que sea que venga… no es humano."

 

Las balas cesaron tan repentinamente como habían comenzado.

 

El silencio fue más aterrador que los disparos.

 

Luego, un sonido agudo se alzó entre todo, amplificado y distorsionado por un megáfono.

 

"¡Aquí I.F.L.O.! Hemos venido en términos razonables… más o menos. Sabemos que hace unas semanas trajeron a alguien a este hospital. Muy malherido. Lo queremos. Ahora."

 

Mi estómago se hundió. Lo sabían. Sabían que Leonardo había estado aquí.

 

Uno de los soldados cerca de la entrada —un polaco que llevaba horas sin hablar— respondió con voz firme, levantando su propio megáfono improvisado.

 

"Trajimos a muchas personas heridas en ese lapso. La mayoría civiles. Los que se pudieron mover, se fueron. Aquí no hay nadie para ustedes."

 

Hubo un par de segundos de silencio. Luego la voz del megáfono volvió, más grave esta vez, más clara.

 

"No nos interesa la mayoría. Sabemos que estuvo aquí. Y sabemos que acaba de irse. Entréguenlo. No queremos arrasar el hospital. Aún."

 

Uno de los estadounidenses a mi lado apretó los dientes.

 

"¿Cómo mierda saben eso…?"

 

Me adelanté un poco, con el corazón acelerado.

 

El soldado volvió a hablar:

 

"Ya se fue. Quien sea que estén buscando, ya no está aquí. Y no volverá. No tenemos nada que darles. Vuelvan por donde vinieron."

 

La tensión era un hilo delgado. Un chasquido, un mal movimiento, una mentira evidente… y el infierno caería otra vez.

 

Yo solo pensaba en una cosa.

 

Leonardo.

 

Corre, idiota… corre y no mires atrás.

 

La estática volvió a sonar por el megáfono, como si dudaran, como si midieran las palabras. El sonido metálico de pasos volvió a retumbar más cerca, estremeciendo ventanas y haciendo vibrar el suelo. Desde mi posición, podía ver cómo los soldados veteranos apretaban los dientes y revisaban sus cargadores. Nadie hablaba, nadie se movía innecesariamente.

 

"Última oportunidad," dijo la voz desde afuera. "Si no lo entregan, entraremos a buscarlo… y lo que haya en medio, será reducido."

 

"¡¿Eso te parece venir en buenos términos?!" gritó uno de los vietnamitas detrás de un muro de sacos de arena.

 

"¡Es un maldito hospital, hay niños y ancianos!" gritó otro, un español con uniforme del voluntariado.

 

Pero del megáfono no vino respuesta inmediata. En su lugar, se escuchó otro ruido mecánico, más seco, más profundo. Como un ancla soltándose. O una torreta activándose

 

Vi a un médico correr con un niño en brazos hacia el ala oeste, los enfermeros empujando camillas, otros ayudando a personas con oxígeno. Era caos contenido, pero caos al fin.

 

Me acerqué a la radio principal, y traté de mantener mi voz firme.

 

"Atención a todos los puntos defensivos: prepárense para el peor escenario. Ellos no se van a ir."

 

Los soldados asintieron. Sabíamos que estaban mintiendo. Sabían que Leonardo había estado aquí… y si estaban tan seguros de que se acababa de ir, entonces lo estaban siguiendo.

 

"Que no lo atrapen… por favor" susurré sin darme cuenta. Que no lo atrapen.

 

Y fue entonces cuando una explosión sacudió el ala este del hospital. Vidrios reventaron, la tierra tembló, y una sombra gigantesca comenzó a asomarse por el límite de la colina frente a nosotros.

 

Las palabras del megáfono regresaron, distorsionadas por el humo.

 

"…lo encontraremos, con ustedes o sin ustedes."

 

El sonido de la ametralladora fue como un infierno abriéndose paso entre los gritos. Balas perforaban paredes, reventaban ventanas, arrancaban pedazos del suelo y salpicaban sangre. Vimos cuerpos caer. Vi a uno de los voluntarios gritar justo antes de que su pecho explotara por completo, y a una enfermera proteger a un niño con su propio cuerpo.

 

"¡Al suelo!" gritamos varios con fuerza, sintiendo la vibración de los disparos en el pecho, en los huesos, en la maldita alma. El estruendo era tan fuerte que ni siquiera escuchaba mis propios latidos.

 

El megáfono todavía escupía palabras entrecortadas, como si el idiota que hablaba creyera que aún tenía el control.

 

"..última... advertenc... entreguen... y vivirán... repito..."

 

Y entonces, un boom.

 

El suelo se sacudió con una violencia brutal. Una onda expansiva rompió lo poco que quedaba en pie del ventanal frontal, arrojando polvo, piedras y metal caliente por todos lados. El megáfono enmudeció de golpe.

 

El rugido de la ametralladora cesó. No porque se acabara la amenaza, sino porque cambió de objetivo. Desde el suelo, vi cómo las balas ahora eran dirigidas hacia otro flanco del terreno, hacia la colina contraria. Algo los había atacado… algo estaba respondiendo.

 

"¿Qué demonios fue eso...?" murmuró uno de los soldados, aún en el suelo, sangrando de la pierna.

 

Me arrastré hasta una de las columnas más cercanas y grité por el comunicador. "¡Reporten! ¿Qué fue esa explosión? ¿Quién disparó?!"

 

Del otro lado, por fin, una voz con acento australiano:

"Tenemos contacto visual… no están solos allá afuera. Prepárense. Esto aún no se termina."

 

Mi corazón no sabía si gritar de miedo o de esperanza. Pero sabía una cosa con certeza:

 

Leonardo... no te detuviste, ¿verdad?

 

La radio crepitó con urgencia, y la voz áspera y familiar de uno de los australianos rompió el caos:

 

"Aquí el equipo ruso, repito, aquí el equipo ruso. Los refuerzos han llegado. Prepárense para evacuar cuanto antes."

 

Sentí una descarga por todo el cuerpo. Era como si algo pesado se levantara de mis hombros, solo para ser reemplazado por la tensión de la inminente evacuación.

 

Uno de los soldados dentro del hospital, cubierto de polvo y con una herida mal vendada en el cuello, levantó el puño. "¡¿Escucharon eso, carajo?! ¡Nos sacan de aquí!"

 

"¡Muevan a los heridos estabilizados primero!" grité, recuperando la voz entre los ecos de los últimos disparos lejanos. "¡Civiles armados, refuercen los flancos hasta que tengamos confirmación del punto de salida!"

 

Aferrada al comunicador, respondí: "Aquí base hospitalaria, afirmativo, equipo ruso. La zona está parcialmente comprometida. Necesitamos una ruta segura. ¿Ubicación actual?"

 

La respuesta llegó con rapidez:

 

"Estamos a menos de tres minutos al este del complejo, cruzando la ladera que da al templo abandonado. Traemos apoyo aéreo. Prepárense, va a ser rápido y ruidoso."

 

Me giré, mirando a todos los que aún quedaban en pie y podían moverse. "¡Tres minutos! ¡Organicen a todos para moverse por el ala este! ¡Vamos a salir vivos de esta!"

 

La radio crepitó entre mis manos, el canal abierto. Presioné el botón con fuerza, casi como si de eso dependiera que él escuchara más claramente.

 

"¿Leonardo?" llamé con urgencia. "¿Estás con ellos? ¡Respóndeme!"

Pasaron unos segundos que se sintieron eternos, hasta que por fin su voz sonó del otro lado, ronca, pero viva.

 

"Sí, Lucía. Estoy con ellos. Estoy bien."

 

Sentí alivio… solo por un segundo, antes de que la rabia me quemara desde dentro.

 

"¡¿Bien?! ¡Tu cuerpo está hecho mierda, Leonardo! ¡No deberías estar peleando!"

 

"No importa ahora," respondió él, pero yo no le di oportunidad de seguir.

 

"¡Escúchame! ¡Una de las malditas máquinas está aquí!" le solté con fuerza. "Ya mató a varias personas y nuestras armas no le hacen ni una grieta. ¡Es una de las grandes, blindada hasta los dientes! ¡No podemos detenerla!"

 

Hubo un silencio denso al otro lado. Luego, su voz se volvió grave, firme.

"Ya la tengo en la mira."

 

"¿Qué… ?"

 

"Lucía, diles a los soldados que preparen todos los explosivos que tengan. Todos. Voy a necesitar cada carga, cada detonador. Vamos a volar esa maldita cosa."

 

Asentí por reflejo, aunque él no pudiera verme.

 

"Recibido…" susurré, antes de girarme hacia todos en el pasillo con una voz que no admitía dudas.

 

"¡Todos! ¡Los refuerzos van a destruir esa cosa! ¡Quieren todos los explosivos listos, ya! ¡No se guarden nada!"

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