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Chapter 12 - Capítulo 12: Caminos Pendientes

*DANIEL*

La luz del sol entró por la ventana y se deslizó sobre la mesa del desayuno, iluminando los rostros cansados pero tranquilos de todos. El olor a café y pan recién hecho llenaba la casa, y, por un momento, todo parecía normal. Como si nada de lo que había ocurrido en los últimos días realmente importara.

Mientras Anni preparaba un par de platos, Mateo seguía jugueteando con su cereal, feliz de estar con todos. Mi madre, con su calma habitual, servía los jugos y mi padre estaba sentado con su café, mirando el periódico como si nada hubiera cambiado.

Aún con todo esto a mi alrededor, mi mente seguía ocupada en lo mismo. La noche anterior, las conversaciones con Anni, las revelaciones de las chicas, todo seguía dándome vueltas en la cabeza.

Me quedé en silencio por un momento, mirando mi taza de café. No sabía cómo empezar la conversación, pero sabía que ya era hora de irme.

"Bueno," dije, interrumpiendo el murmullo suave de la conversación, "me iré hoy. Mañana es mi último día de vacaciones y quiero llegar a tiempo para prepararme antes de regresar a ese... infierno." Intenté hacer una broma, pero el tono de mi voz dejó claro que no tenía muchas ganas de reír.

Anni, que estaba sirviendo los huevos revueltos, me miró brevemente antes de asentir. "Está bien, Dani. Lo entendemos," dijo con una sonrisa suave, aunque pude ver que algo seguía rondando en sus pensamientos.

"Voy a hacer algo de ejercicio mientras aún tengo tiempo," agregó mamá, mirando de reojo a papá.

Mi papá asintió sin mucho interés, metido en su lectura del periódico.

"Te vas pronto, entonces," dijo Anni, sus ojos buscando los míos. "Espero que hayas tomado una buena decisión sobre todo. No quiero que todo esto quede sin resolverse."

Me quedé en silencio por un momento, sin saber cómo responder. No había tomado una decisión, aún no lo había hecho, pero preferí no hablar de eso en ese momento.

"Sí, claro," respondí, tomando un sorbo de mi café. "Cuando regrese, todo estará más claro."

**

Mientras metía la ropa en la maleta, observé a Mateo corretear por la habitación, entretenido con un par de juguetes. Aún no era consciente de lo que realmente estaba pasando, pero de alguna manera, eso hacía todo más pesado. Él no veía más allá de sus propios pequeños mundos de juegos y fantasías, pero su pregunta me llegó de forma diferente.

"Papá, ¿cuándo vas a regresar?" preguntó, con su voz suave y curiosa, mientras me entregaba una camiseta que se había caído de la cama.

Lo miré y, con una sonrisa algo forzada, le acaricié la cabeza. "No sé, Mateo," respondí, sintiendo una presión en el pecho. "Pero siempre que me necesites, puedes llamarme. Yo siempre voy a estar disponible para ti, ¿de acuerdo?" Vi la forma en que sus ojos brillaron al escucharme, como si me creyera completamente. Para él, no había distinción entre tío y papá. Yo era simplemente esa figura que siempre había estado ahí, y lo seguiría estando, sin importar qué.

"Y si tu mamá tiene que trabajar," continué, buscando una forma de aliviar la situación, "si tus abuelos no pueden cuidar de ti, yo estaré aquí para ti. Siempre puedo quedarme contigo."

Mateo asintió rápidamente, sonriendo satisfecho con la idea. Era curioso cómo para él, esas pequeñas promesas parecían ser suficiente para llenar el vacío de las preguntas sin respuestas. No le importaba que yo estuviera confundido, no le importaba lo que había pasado ni lo que pasaría. Solo quería saber que seguiría siendo importante para mí, y en ese momento, no pude evitar pensar que había algo poderoso en esa confianza tan pura que depositaba en mí.

Guardé la última prenda en la maleta, tomé una respiración profunda, y antes de salir de la habitación, le di una última mirada a Mateo, quien ya se había distraído con otro de sus juguetes. Me dolió más de lo que quería admitir el hecho de que él no entendía del todo lo que estaba pasando. Pero mientras él estuviera bien, eso era lo que importaba.

Salí de la casa, cargando mi maleta mientras Mateo reía, dando saltos en mis hombros como siempre lo hacía cuando se sentía feliz. Su risa me hizo sonreír, aunque el nudo en mi pecho no desaparecía. Mientras caminábamos hacia el carro, escuché su voz suave, pero llena de curiosidad, venir desde arriba.

"Papá, ¿cuándo te vas a casar?" preguntó, sin entender la complejidad de la pregunta que acababa de lanzar.

Me detuve un momento y lo miré, sosteniéndolo con cuidado. "¿Sabes lo que significa casarse, Mateo?" le pregunté, tratando de encontrar una forma sencilla de explicarle algo tan complicado.

Él pensó por un segundo antes de responder. "Algo que mamá y papá hicieron, como el abuelo y la abuela," dijo con una sonrisa inocente, como si tuviera la respuesta correcta, pero aún sin entender del todo.

"Sí, eso es," le respondí, sonriendo. Luego, le hice una pregunta más. "¿Sabes si tus abuelos se aman?"

"Sí," respondió rápidamente, como si fuera una respuesta obvia, "y mamá le dice a papá que siempre lo ama."

Me quedé pensativo por un momento, buscando las palabras adecuadas. "Entonces, cuando uno quiere casarse, primero tiene que encontrar a alguien a quien quiera mucho," le dije, mientras seguía caminando hacia el carro. "Es importante tener confianza, respetarse y poder hablar sobre todo lo que sienten. Solo así uno puede decidir casarse."

Mateo, aún sin entender completamente, asintió, pero luego me hizo una pregunta que me sorprendió por su sinceridad. "Entonces, ¿tú debes encontrar a alguien a quien amar primero para poder casarte?"

"Así es," le respondí, mirando al frente. "Es un proceso que toma tiempo. Si todo eso sucede, entonces algún día me casaré. Y cuando eso pase, tú serás mi padrino de bodas."

Mateo se quedó en silencio, procesando lo que acababa de decir. Pero, al parecer, la palabra "padrino" le sonó extraña. "¿Padrino?" repitió, sin saber qué significaba.

Reí suavemente y le acaricié la cabeza. "Un padrino es alguien que está allí para apoyarte, como yo lo hago contigo. Es como un amigo que está ahí para ti en los momentos importantes, para ayudarte y guiarte."

Mateo parecía entender un poco más, aunque seguía sin captar por completo la idea del matrimonio o lo que era ser un padrino. Pero en su mente, lo importante era que yo estaría ahí, sin importar lo que sucediera.

Coloqué la maleta en el carro, lo bajé de mis hombros y lo tomé de la mano para entrar al vehículo. "Te prometo que, cuando llegue el momento, será un día muy especial," le dije, más para mí mismo que para él.

La hora de irse finalmente llegó. Estaba listo para dejar la casa y regresar a la ciudad, pero antes de irme, todos estaban afuera, reuniéndose para despedirse. Mi padre, mi madre y Anni se acercaron a mí, todos con una sonrisa, pero también con esa mezcla de tristeza y esperanza que siempre acompaña las despedidas.

Primero fue mi madre, abrazándome fuerte como siempre lo hacía, como si de alguna manera ese abrazo pudiera detener el tiempo. "Cuídate mucho, hijo," me dijo con suavidad. "Ya sabes, si necesitas algo, estamos aquí."

La sentí apretar un poco más el abrazo, como si me estuviera transmitiendo toda esa fuerza que a veces no se ve, pero que siempre está presente en sus palabras. La verdad, ya la extrañaba.

Luego fue mi padre, quien me dio un apretón en el hombro, como si su forma de mostrar cariño estuviera escrita en esos pequeños gestos de siempre. "Tienes que venir más seguido, muchacho," dijo, aunque con esa actitud de hombre mayor que a veces no sabe cómo expresar lo que realmente siente. "No dejes que el trabajo te consuma, que la vida pasa rápido."

Finalmente, Anni, quien siempre tenía una manera especial de decir adiós, me dio un abrazo. "No seas un extraño," me dijo en tono relajado, pero con ese toque de cariño que solo los hermanos entienden. "Siempre me haces falta, ¿sabías?"

Sonreí y le devolví el abrazo, agradecido por todo el apoyo que siempre me dio, por cómo se preocupaba sin ser tan obvia, pero siempre ahí cuando la necesitaba.

"Claro, cuando pueda, vendré," le respondí, tratando de sonar positivo. "No se preocupen, siempre estaré en contacto, ya lo saben."

Mateo, que estaba un poco más apartado, se acercó corriendo. Me dio un fuerte abrazo, como solo él podía hacerlo. "Papá, prométeme que vas a regresar pronto," dijo con esa inocencia y sinceridad que solo un niño puede tener.

Reí suavemente y le acaricié el cabello. "Te lo prometo, pequeño. Cuando pueda, regresaré y podremos jugar otra vez. Pero recuerda, siempre puedes llamarme cuando quieras."

Anni, que estaba observando la escena, levantó una ceja en tono de broma, pero no dejó de sonreír.

"Mira que no vayas a dejar de venir por mucho tiempo, eh," me dijo.

Asentí, no queriendo que la despedida fuera más larga. "No lo haré," respondí, subiendo al carro. "Nos vemos pronto, todos."

Arranqué el motor y miré por última vez hacia el grupo, que seguía ahí, en la puerta, viéndome ir. La sensación de dejar a la familia nunca es fácil, pero sentí que esta vez había algo diferente en el aire, como si realmente las cosas estuvieran cambiando, aunque no sabía exactamente cómo.

Con el rostro firme, dejé atrás la casa y la familia, prometiendo que pronto regresaría. Pero por ahora, mi camino me llevaba de vuelta a la ciudad y a todo lo que me esperaba allí.

Mientras manejaba, las carreteras parecían interminables, pero mi mente no dejaba de dar vueltas. Las imágenes de los días que pasé con mi familia, las conversaciones que tuve, incluso el recuerdo de las últimas palabras de Anni y las sonrisas de todos ellos, seguían en mi cabeza. Pero no era solo eso lo que me ocupaba la mente. No podía dejar de pensar en ellas, en las chicas, y en lo que había pasado esa noche.

El caos en mi cabeza era constante. ¿Qué debía hacer con lo que había ocurrido? ¿Cómo iba a manejar todo esto? Las había conocido, había pasado tiempo con ellas, y aunque lo reprimí, los sentimientos que tenía también eran reales. Pero todo eso era tan complicado. Si no fuera por la amistad que compartimos, si no fuera por todo lo que habíamos vivido juntos, probablemente ya habría tomado una decisión mucho más clara. Pero no era tan sencillo. Las cuatro me importaban, las cuatro significaban algo para mí, y no podía negar que sentía una conexión con ellas en distintas formas. Y lo peor de todo era que ellas también sabían lo que sentían, y por alguna razón, no podía ignorarlo más.

Pensé en lo que me dijo Anni aquella noche. "¿Correspondes a sus sentimientos?" La respuesta era sí, en algún punto lo hice. Lo hice cuando me dejé llevar por la complicidad de esos momentos, pero nunca lo admití, nunca lo dejé que pasara de ser solo una idea en mi mente. Sabía que si alguna vez cruzaba esa línea, todo cambiaría. Lo que me mantenía apartado, lo que me mantenía firme, era esa promesa a mí mismo de no dejar que mi vida se complicara más de lo que ya estaba. No quería arruinar lo que ya teníamos.

Aún así, me quedaba con la duda. ¿sería posible para ellas hacer lo mismo? ¿Serían capaces de poner en pausa esos sentimientos, al igual que yo, por el bien de la amistad, de lo que siempre habíamos sido? La realidad es que no sabía si ellas serían capaces de manejarlo, si podrían seguir adelante sin que eso interfiriera con lo que habíamos construido. Sabía que no podía ser egoísta. Si ellas no podían manejarlo, si no podían continuar sin que eso afectara nuestra amistad, entonces probablemente todo se vendría abajo.

Llegué a la conclusión, tal vez un tanto favorable para mí y también para ellas, de que lo mejor sería tomar un paso atrás. Lo que ocurrió esa noche, esas emociones a flor de piel, eran solo una parte del proceso. Pero eso no significaba que tuviera que darles una respuesta inmediata. Podía seguir adelante, seguir con mi vida, seguir siendo el amigo que ellas conocían y esperaban. Lo mejor sería dejar que el tiempo hablara por sí mismo. Si algo debía pasar, si las cosas se iban a aclarar, lo harían cuando fuera el momento adecuado.

Pero, por otro lado, el miedo me seguía acechando. No estaba seguro de poder seguir con esa idea. ¿Y si las cosas se complicaban más? ¿Y si ellas decidían que esto ya no era lo que querían, que lo que pasara esa noche era algo irreparable? La incertidumbre me golpeó de nuevo.

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