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Chapter 17 - NARRADOR

Se cuenta que hace muchos siglos, al dios de la muerte se le escaparon un centenar de demonios hacia el mundo de los vivos. Nadie jamás se enteró cómo fue que algo así pudo ocurrir, pero se dice que aconteció una noche de luna de hueso. El día en que a los muertos se les permite cruzar el «portal» para visitar a sus seres queridos. Asht, sin embargo, no se quedó tranquilo con el motín que los demonios hicieron en su contra, por lo que él mismo decidió visitar el mundo mortal para destruir a los demonios insurrectos.

El dios de la muerte les dio caza a cada uno; con sus mil espectros de sombra repartidos por toda Alexandria, la muerte, después de casi diez años, consiguió diezmar a casi todos los demonios que habían escapado del submundo. Pero a pesar de su agudeza y habilidad, Asht no pudo encontrar al último de los demonios. Uno que no era como los demás, pues este suponía un reto mayor debido a su origen y su poder. Pasaron otros diez años y ninguno de sus mil espectros lo halló.

Hudin había desaparecido.

No hubo ni el más mínimo rastro de él.

Nada.

Asht, con el tiempo, creyó que ya no sería necesario seguir buscando. Existía una posibilidad de que el demonio hubiera perecido bajo el cálido manto del sol del mundo mortal. Pues, Hudin, al igual que los otros demonios, no podían exponerse a los rayos del gran astro luminoso.

Entonces Asht, cansado y a punto de perder su inmortalidad, se olvidó del demonio y regresó al submundo.

A veces hasta los dioses podían cometer errores.

Pero Hudin, más inteligente que sus hermanos, logró quedarse en el mundo mortal. Oculto en una cueva en el corazón de un bosque olvidado. Y esperó allí, paciente, a que surgiera una oportunidad de liberarse de la maldición que lo obligaba a mantenerse en las sombras.

Esperó, día tras día. Noches eternas. Meses y años. Y aun así, no perdió la cabeza. Se aferró a su suerte y siguió, siguió, y siguió esperando hasta que cierta noche, casi un siglo después, un mortal llegó al corazón del bosque.

Hudin, curioso, lo observó desde las sombras.

«—¡Por favor! —suplicó el muchacho a la pálida luna—. Ayúdame a sanar la mente de mi hermano. No quiero perderlo, es lo único que me queda».

El demonio vio la bondad en el alma de aquel humano, y la saboreó. La deseó. Era todo lo que necesitaba.

«—No quiero luchar. No quiero dañarlo. Solo pido, yo Kylas un humilde humano, a cualquier Dios que pudiera oírme, que se apiade de Sajom y cure su locura o…»

El muchacho miró su reflejo en el riachuelo, angustiado, deshecho, y el demonio escuchó sus pensamientos:

«Si tan solo tuviera la valentía de enfrentarlo, yo salvaría al reino y a mi hermano. Y no tendría que morir».

«Interesante. Un alma mortal bondadosa consumida por el miedo… eso es muy conveniente», pensó Hudin, que advirtió la presencia de otros humanos rodeando el claro. Entonces sintió que el destino podría tornarse a su favor. Y en vez de intervenir, dejó que las cosas simplemente sucedieran.

Así es como debía de ser.

Así es como los grandes monstruos surgen de los corazones heridos y abandonados.

Así nace la verdadera oscuridad, de las almas más vulnerables e ingenuas. Allí yacen las primigenias semillas del mal.

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