Los días siguientes en la estación espacial fueron una mezcla de recuperación física y una frenética asimilación de recuerdos. A través de Neechi y las grabaciones médicas, fui reconstruyendo la vida de Raditz. Una infancia dura en un planeta al borde de la destrucción, el desprecio constante de los Saiyan de clase alta, la amargura por ser considerado débil a pesar de su considerable poder para los estándares humanos.
Los recuerdos fluían como imágenes borrosas: entrenamientos brutales, misiones de conquista en planetas lejanos junto a Vegeta y Nappa, la arrogancia inherente a la raza Saiyan, y un resentimiento profundo hacia aquellos que lo consideraban inferior. También recordaba vagamente el momento en que fue enviado a la Tierra a buscar a su hermano menor, Kakarotto, un bebé con un poder latente que podría ser útil para los planes de conquista de Freezer.
La ironía no escapaba a mi mente. En mi vida anterior, Raditz me parecía un personaje secundario, un mero preludio para la llegada de amenazas mayores. Ahora, estaba en sus zapatos, sintiendo sus inseguridades y su ambición mal encausada.
Una mañana, mientras Neechi revisaba mis vendajes, me atreví a preguntar: "¿Cuánto tiempo... cuánto tiempo he estado inconsciente?"
"Casi un mes terrestre", respondió el Namekiano. "Su cuerpo sufrió daños internos significativos. Fue afortunado de sobrevivir."
Un mes. Eso significaba que aún no había llegado a la Tierra. Tenía una oportunidad. Una pequeña ventana para alterar el curso de la historia.
"¿Y... mi nave?", pregunté con cautela. "¿Está reparada?"
Neechi asintió. "Sí. Estaba dañada, pero nuestros técnicos lograron ponerla en funcionamiento nuevamente. Entendemos que tiene misiones pendientes."
Misiones pendientes. La orden de Vegeta de encontrar y reclutar a Kakarotto. La idea de seguir ese camino me revolvía el estómago. Sabía lo que sucedería: su encuentro con Goku adulto, la revelación de su origen Saiyan, la batalla desesperada y su inevitable derrota.
"Doctor Neechi", dije, mirándolo directamente a sus grandes ojos verdes. "Necesito ver los registros de mi última misión. Los detalles son... borrosos."
Neechi dudó por un instante. "Normalmente, esa información es confidencial, reservada para los guerreros Saiyan y sus superiores. Pero dado su estado y la pérdida de memoria..." Suspiró. "Accederé a los archivos. Sígame."
Me condujo a una sala llena de pantallas y consolas parpadeantes. Tecleó unos códigos y una serie de informes comenzaron a aparecer en uno de los monitores. Leí con atención, tratando de discernir la información crucial. Mi última misión había sido en un planeta de baja resistencia, conquistado sin mayores problemas junto a Vegeta y Nappa. No había indicios de nada fuera de lo común.
Luego, encontré el informe de mi asignación a la Tierra. La orden de Vegeta era clara: recuperar a Kakarotto, o eliminar cualquier amenaza potencial en el planeta. Las coordenadas estaban ahí, grabadas en la base de datos.
Mientras observaba la información, una idea comenzó a tomar forma en mi mente. Una idea arriesgada, casi suicida, pero que ofrecía una posibilidad de supervivencia. No podía enfrentarme a Goku y Piccolo como el Raditz original. Pero quizás... quizás podría usar mi conocimiento del futuro para mi ventaja.
"Doctor Neechi", dije, con una nueva determinación en mi voz. "Necesito hacer una llamada. Una llamada urgente al planeta Vegeta."
Neechi arqueó una antena. "¿Al Príncipe Vegeta? ¿Cuál es la urgencia?"
"Necesito informarle de un cambio en mi misión", respondí. "He descubierto... algo importante sobre el planeta al que fui enviado. Algo que podría interesar al Príncipe."
Mentir a Vegeta era peligroso, lo sabía. Pero era la única forma de ganar tiempo y quizás, solo quizás, trazar un nuevo destino para mí mismo en este brutal universo. El destino de Raditz estaba escrito en sangre y derrota. Pero mi destino... mi destino aún estaba por escribirse.