2.
El olor de las flores le rozaba la nariz con una intensidad extraña, como si hubiera estado sumergido en un jardín fermentado y lo hubieran dejado secar al sol. Cuando abrió los ojos, lo primero que vio fue la punta de un trapo blanco empapado que colgaba sobre él, sostenido por una mano temblorosa. Se incorporó de golpe, como si el cuerpo no le respondiera con la rapidez acostumbrada, y ese gesto torpe atrajo de inmediato la atención de la muchacha que se encontraba junto a él.
—No debe moverse, señor Xiang Xu —dijo ella en voz baja, como si tuviera miedo de incomodarlo—. El tamarindo todavía no ha terminado de hacer efecto.
Se acercó y le retiró el trapo con cuidado, como si el mínimo error fuera a descomponerle el rostro. Era una niña de apariencia pulcra, probablemente de unos dieciséis años, con el cabello recogido en dos moños amarrados por listones rojos y blancos que hacían juego con la túnica que vestía, tejida con hilos bastos, bordada en los bordes con un patrón de gotas invertidas. Los labios eran rosados, de forma delgada, sin brillo, y las manos, aunque pequeñas, estaban marcadas por tierra seca en las uñas. Tenía el tipo de belleza campestre.
—Es tamarindo, señor
Repitió mientras doblaba el paño.
—. Usted lo recolectó ayer, con una precisión tan correcta que el hermano Bai Xun dijo que probablemente tenía una afinidad espiritual latente. El efecto es parecido al alcohol, pero sin el efecto indigno, ayuda a limpiar los meridianos si el flujo se ha alterado por algún desequilibrio de cultivo.
Le rozó la frente con los dedos, luego las mejillas, sin pedir permiso, como si eso fuera costumbre. El contacto no lo hizo estremecer, pero algo en la familiaridad de ese cuerpo ajeno sí.
—¿Xiang Xu...? —repitió en voz baja, sin saber por qué el nombre le resultaba tan familiar.
No le pertenecía. Eso era todo lo que tenía claro. Él no se llamaba así. Él era Xian, y aunque no recordaba en qué punto exacto había sido arrancado de su mundo, esa certeza era la única ancla que tenía entre los dedos.
Frunció el ceño con evidente incomodidad y la miró con el mismo desprecio con que uno observa algo podrido. La expresión fue suficiente para que la muchacha se replegara un paso hacia atrás, súbitamente incómoda, como si de pronto se hubiese dado cuenta de que había hecho algo mal.
—¿Pasa algo? —preguntó con vacilación, sin mirarlo directamente a los ojos.
La forma en que bajó la mirada, la forma en que se aferró al paño como si esperara un castigo físico, lo obligaron a observar con más atención el entorno. Las paredes eran de madera ensamblada a mano, sin clavos y sin color, sostenidas por vigas horizontales cubiertas de polvo. En el rincón más alejado, colgando de un soporte de hierro envejecido, había una espada envuelta en una tira de tela azul bordada con caracteres que no podía leer pero que reconocía como símbolos espirituales, del tipo que se usan para sellar energía. El aire olía a resina, a aceite de lámpara y a piedras secas. Todo estaba fuera de lugar. Nada de eso le pertenecía.
Ni el cuarto, ni el cuerpo, ni el nombre.
—El hermano Bai Xun dijo que regresaría en unas horas —añadió la muchacha, viendo que él no respondía—. Se llevó el último reporte del Anciano Wei, y dejó instrucciones de que no lo forzáramos a moverse ni a usar energía espiritual hasta que el núcleo estuviera estable. Nadie esperaba que usted tocara el Tamarindo Silente con la mano desnuda, señor. Lo normal es sellarla con talismanes de tercer grado, pero usted...
Ella dudó. Luego bajó aún más la voz.
—Usted la hizo callar sin una sola palabra. Nadie en la secta ha visto eso antes. El hermano Bai Xun dijo que no debía repetirse.
Xian no entendió nada.
—Hermana… no entiendo nada… ¿quién eres?
La niña abrió los ojos como si no hubiera esperado la pregunta. Se quedó quieta un segundo, perpleja, con el paño todavía en las manos. Bajó la mirada con lentitud, sin saber si debía responder de inmediato o esperar que él recordara solo. ¿Podía ser amnesia? Desde que el señor Xiang Xu había tocado el tamarindo con la mano desnuda, su cuerpo había estado en reposo durante unos 10 días, como si algo dentro se hubiese debilitado. ¿Sería uno de los efectos del tamarindo nivel 9? ¿Una reacción al núcleo inestable? Tardó unos segundos en volver en sí.
—Ah… sí
Respondió finalmente, con un leve sobresalto en la voz
—Soy Fan Rou. Sirvienta del señor Bai Xun. Me asignaron a su cuidado mientras él atiende los asuntos del anciano Wei. No pertenezco al cuerpo interno de la secta, pero sirvo en el pabellón del lago desde hace seis años.
Dio un chillido leve, casi contenido, y luego dejó caer la manta que le cubría las piernas como si le quemara. Abrió los ojos de par en par, clavando la mirada en la habitación con una mezcla entre vértigo y reconocimiento. Claro que conocía este lugar. La escena, el olor a tamarindo, la ropa de la chica, la textura de las paredes de madera sin barnizar. Era exactamente como lo narraban en el capítulo veintisiete, cuando la sirvienta de Bai Xun aparecía por primera vez en la cabaña del segundo estanque, mientras él regresaba herido tras la emboscada de la misión Lianhua Qiu, aquella con el maestro Wei, ese viejo infeliz que, si la memoria no le fallaba, había conspirado contra Bai Xun para apropiarse del artefacto sellado de... No recordaba el nombre.
Y si no se equivocaba, Bai Xun era el hermanastro del protagonista de la Secta del Colmillo de Hielo, aunque eso se revelaba muchos capítulos después.
¡Qué alivio! Al menos no era el villano.
Sí, estaba seguro. Fan Rou aparecía por primera vez aquí. Era una escena corta. Se le describía con la misma túnica y ese acento de aldeana que los lectores siempre criticaban por innecesario.
No recordaba con claridad el nombre del protagonista, pero sabía que no era Bai Xun. Eso era suficiente para sentirse aliviado. Tanto que, sin darse cuenta, una gota de sudor le resbaló por la sien, lenta y tibia.
—¿Yo soy…?
Preguntó, sin terminar la frase, esperando con esa pizca patética de orgullo que le confirmaran que al menos eso le había tocado: ser el protagonista. El protagonista tenia que matar a Bai xun, quedarse con el harem y vivir feliz meses después con una linda jovencita.
La niña lo miró como si hubiese escuchado mal.
Parpadeó dos veces, luego ladeó la cabeza y respondió con toda la naturalidad del mundo.
—Ye Luo, señor. Su nombre es Ye Luo.
....
—¿Ye... qué?
Repitió, con el ceño apenas fruncido y la boca abierta a medias, como si el nombre no tuviera espacio dentro de su cabeza. No recordaba nada de ese personaje. Ni su papel, ni su destino, ni siquiera si era parte del elenco principal o uno de esos cadáveres de fondo que solo existen para dar contexto al sufrimiento ajeno. Sabía que en unas horas llegaría Bai Xun, herido, probablemente desangrándose. Eso sí lo tenía claro. Pero no sabía qué hacer. No recordaba qué se suponía que debía hacer.
—Oh… hermana, me duele la cabeza —dijo, llevándose una mano a la sien y dejando que el gesto hablara por él
—. Creo que no recuerdo nada. ¿Podría iluminarme un poco? ¿Quién soy… en relación con Bai Xun y con el protagonista…?
Terminó la frase con una sonrisa torcida.
Fan Rou no dudó en responder, aunque la pregunta le pareció extraña.
—El señor Bai Xun lo trajo hace tres años, señor Ye Luo. Dijo que lo había encontrado en las montañas del límite este, solo, desorientado, y que el maestro Wei permitió que lo llevara a la secta del colmillo blanco para ser criado como su discípulo personal. No tiene relación de sangre con él, pero vive con los internos de alto rango. Todos dicen que usted es como su sombra. Lo sigue a todas partes. Bueno… lo seguía. Desde que se lesionó el núcleo, hace poco, por la planta de Tamarindo nivel 9, ya no participa en misiones, pero el señor Bai Xun sigue pidiendo que lo dejen quedarse a su lado.
Se quedó en silencio un momento. Pero no hubo respuesta. Solo su respiración, seca y baja.
No recordaba ese nombre. Ni siquiera sonaba familiar. Ye Luo. No era el protagonista, eso seguro. Y eso, por primera vez en su miserable existencia, le dio alivio. Un alivio tan grande que se sintió estúpido. No era Bai Xun, no era el protagonista. No tenía encima el foco de ningún dios narrador. Era un satélite menor. Tal vez carne de cañón. Tal vez un secundario olvidado. Pero eso era lo mejor que podía haberle tocado. Podría tener algún vínculo superficial con el antagonista, sí. Pero superficial.
Le dolió la cabeza de solo pensar que en pocas horas vería al bastardo del villano en persona.