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Chapter 4 - Desviación de Qi

3.

Fan Rou se fue después de atenderlo con eficiencia meticulosa. Le aplicó otra infusión en las palmas, ajustó los vendajes con tiras frescas y le dejó un cuenco de agua tibia sobre la mesa de madera, insistiendo en que no debía moverse por lo menos durante una hora. Luego se excusó con un gesto respetuoso, murmurando que debía regar las flores antes de que el sol cambiara de dirección. Ni siquiera cerró la puerta al salir, como si ya supiera que él no iba a levantarse.

Le había sacado bastante información sin necesidad de presionar. Con solo asentir de vez en cuando y hacer una o dos preguntas inocentes, le bastó para entender que se encontraban en los límites exteriores de la Secta Qianxu, conocida también como Colmillo Blanco.

Estaban lejos de los otros discípulos, en una zona designada para misiones de infiltración, y Bai Xun había partido con el anciano Wei para colarse en una secta, aquella cuyo nombre no podía recordar -algo con "Loto" o "Flor"-, pero que cumplía el rol típico de organización corrupta o algo así.

El anciano Wei era, según Fan Rou, una figura respetada por los altos cargos, pero Ye Luo sabía por la novela que ya había traicionado a Bai Xun. De hecho, en ese mismo arco, lo atacaba por la espalda y se llevaba el Sello Rojo, un artefacto que permitía romper las defensas internas del pabellón del padre de Bai Xun.

Ye Luo bajó la cabeza por el cúmulo de información, nombres, objetos, y niveles que empezaban a poblarle la mente como termitas.

Se suponía que él se había envenenado buscando la planta Tamarindo, un brote raro que, al ser destilado correctamente, actuaba como despertador nervioso ante lesiones graves. Tenía otros usos también, pero la mayoría de ellos eran peligrosos: podía quemar los meridianos si se administraba mal, paralizar el núcleo o incluso provocar una ruptura de canal si el cultivador era débil.

Aun así, Bai Xun le había pedido que la buscara, y él había ido a tocarla con la mano. Como un idiota.

Este mundo estaba dividido entre cultivadores y magos espirituales.

Los primeros ascendían a través de diez niveles, cada uno compuesto por tres etapas:

Inicial, Establecida y Consolidada.

A partir del nivel 7, la vida útil se expandía más allá de los cien años. El nivel 10, llegaba al ascenso celestial. Se decía que solo existían 5 cultivadores vivos que lo habían alcanzado, llegando a ser inmortales.

Los magos, en cambio, no cultivaban energía en sus cuerpos, sino que destilaban, combinaban o invocaban el qi a través de elementos externos. En teoría, un mago no podía poseer núcleo; su técnica dependía del control de plantas, polvos espirituales o runas canalizadas. Ellos ascendían en una escala distinta, compuesta por veinte niveles agrupados en cinco grandes rangos: Brote espiritual, Tallo espiritual, Floración espiritual, Fruto magistral y Raíz indefinida. Muy pocos llegaban más allá del nivel 15, y quienes lo hacían solían ser alquimistas, ya que los clanes consideraban su práctica inestable.

Ye Luo era, por algún motivo, una anomalía. Un mago con núcleo. Eso lo convertía en una rareza... teóricamente valiosa. Pero su núcleo, según se le había diagnosticado, tenía un límite natural en el nivel cuatro. Un tope inamovible. Lo que para un cultivador era apenas un peldaño de inicio, para él era su techo.

Esto decepcionó profundamente a Xiao. Estaba atrapado en el nivel 1, le quedaban 3 más.

Dio un suspiro largo, como si hubiese escupido el aliento de tres vidas pasadas. "El cielo había girado mal desde que nació la gallina con cuernos"1, pensó con desdén.

Esto era horripilante. Odiaba las novelas de cultivación. Si su hermana le hubiera puesto otro libro frente a la cara, probablemente ahora estaría en un drama escolar, con uniforme, comida caliente y un sistema de puntos de simpatía. No atrapado en un mundo donde todo olía a sangre seca, veneno de hierbas y traumas reprimidos donde los personajes morían por una simple piedra mágica.

Se quedó en silencio un instante, inmóvil, dejando que la nostalgia lo atravesara sin aviso. Pensó en su hermana, su fastidio, su risa, esa forma estúpida en la que pronunciaba el título de su novela favorita, como si fuera un poema y no una tragedia. Si él estaba atrapado en Tus ojos bajo mi sello, entonces, ¿ella estaría en La descendencia humana? ¿O tal vez no lo había logrado? ¿O acaso sí sobrevivió?

-Tsk... Ruohan, te maldigo -murmuró, con la mandíbula apretada. Aunque la extrañaba mucho.

Si hubiera cerrado el gas como él le dijo, estarían vivos los dos. Apretó los puños con lentitud, sintiendo el cosquilleo inútil de los vendajes. Miró el techo con desconcierto, esperando que el cielo le respondiera algo.

No esperó más. Aunque le ardieran los omóplatos y cada vendaje en sus manos estuviera empapado en hierbas de olor penetrante de Tamarindo, salió de la habitación como un muerto que ha decidido que prefiere el infierno al encierro.

Su andar era débil, lánguido, casi flotante, como un pato borracho.

Lo primero que buscó fue un espejo. En este tipo de mundos, siempre había uno: tallado, agrietado, mágico, o al menos de cobre pulido. No le importaba si era pequeño o de adorno. Necesitaba ver la cara que le había tocado.

Revisó la cabaña de madera, apartando tapices con polvo, removiendo cajas de papel de arroz y jarrones con raíces secándose al sol. Al fondo, junto a un tocador de madera negra, lo encontró. Un pequeño espejo ovalado, colgado apenas con un hilo de cáñamo.

Y ahí estaba.

Cabello largo, liso, completamente blanco, no como el de un anciano, sino como la nieve que nunca tocó barro. Ojos fénix, ligeramente alargados, de párpados finos y mirada opaca. Cejas bien trazadas. Nariz recta. Pómulos suaves. Y labios rosados.

No era simplemente guapo. Era el tipo de guapo que los lectores odiaban porque los hacía pensar que era frágil. El tipo de cara que los enemigos no se tomaban en serio hasta que era demasiado tarde.

Se tocó las mejillas con los dedos vendados. La piel era tersa y la mandíbula firme.

-...¿?

No se le ocurrió nada mejor que esa mueca muda.

No le había preguntado la edad a Fan Rou, pero por las facciones, el cuerpo debía tener unos 19, tal vez 20. Apenas un año menos que el suyo original. No había diferencia real. Solo... otra energía nás delicada.

No sabía si reír o llorar.

A primera vista, parecía un joven erudito que moriría por leer bajo la lluvia. Mientras se peinaba con los dedos el cabello blanco. Parecía un ángel exiliado. Internamente lloró de rabia.

Si esperaba un poco más, Bai Xun llegaría. Y si llegaba, todo se iría a la mierda. Tenía que huir. Y tenía que hacerlo antes de que apareciera el maestro perro villano Bai xun.

Y justo entonces, un pizzz sordo sonó en sus oídos.

La madera estalló, lanzándose contra su cabeza como si lo hubiera estado esperando desde hace días. Un crujido sordo, áspero, y luego oscuridad a medias.

Cayó de rodillas, apenas consciente, con el espejo hecho trizas junto a él. Se llevó una mano a la cabeza y la bajó enseguida, húmeda, caliente, empapada en sangre. No necesitaba mirarla para saber que el golpe había sido feo.

Por un segundo, pensó que ese era su final.

Un carne de cañón sin relevancia, aplastado por una pared podrida.

Qué final tan lamentable.

Ni siquiera alcanzó a encontrarse con el villano. Oh, los dioses me han visto la cara y se han reído. La risa debió ser fuerte.

-Ah... L-uo...

La voz vino desde los escombros, deshecha, cruda, con un tembloroque que le heló el estómago. El tono le raspó los nervios.

Se le escapó un jadeo corto y afilado. Como un animal herido. Instintivamente retrocedió sobre el suelo, arrastrándose entre polvo y astillas, con los ojos fijos en aquella silueta ennegrecida que emergía entre los restos de madera.

No iba a acercarse a eso.

No iba a acercarse a esa cosa negra.

Ni aunque le ofreciera una píldora de inmortalidad envuelta en oro.

—A-Ah Luo… ¡Ayúda…me! —la voz se quebró en una súplica ronca, más fuerte que la primera vez, y lo siguiente fue una bocanada densa de sangre negra, lanzada al aire como tinta.

Los escombros cedieron, revelando un hombre joven y apuesto, de rostro pálido y líneas finas, esbelto como un tallo de jade en pleno invierno. Su túnica estaba empapada en sangre hasta el codo, y una marea de qi deformado lo envolvía como humo espeso. El jade de su núcleo interno estaba colapsando en tiempo real.

Una desviación.

Ye Luo lo miró.

—¿Bai Xun? —preguntó, apenas en voz baja.

Se paralizó. Su garganta se secó como si hubiera tragado ceniza. ¿Cómo se suponía que debía ayudarlo? No tenía técnicas. No recordaba nada útil. El tipo se estaba muriendo, y él era… él. Un pobre carne de cañón qué salía en unas pocas líneas.

Por un momento, lo consideró: dejarlo ahí.

Si huía ahora, podría tener una oportunidad. Podría evitar involucrarse, esconderse en las montañas, asumir una identidad falsa, vivir de extraer raíces espirituales y nunca encontrarse con el protagonista.

Lo pensó una vez. No lo pensó dos veces.

Giró y salió por la puerta trasera, tambaleante, con los pulmones ardiendo y el corazón rebotando en las costilla. Afuera, el aire le golpeó como una bofetada.

Se quedó sin aliento, con el cuerpo a punto de colapsar.

—No iré...

Murmuró entre dientes—. Seguiré mi vida a partir de ahora, sí...

Una gota de sudor cruzó su sien.

...

Sus manos ya estaban sobre el vientre de Bai Xun, presionando justo donde la energía estaba más desequilibrada, empujando lo poco que recordaba sobre el flujo de qi, repitiendo los pasos que había leído y olvidado cientos de veces en novelas de su estúpida hermanita.

La palma izquierda estaba rígida y su derecha temblaba.

"Dos dedos por debajo del ombligo, circulación inversa, concentración estable", repitió en su cabeza como un canto muerto.

Con el ceño fruncido y los dientes apretados, una corriente de energía que no entendía estaba bajando desde su pecho hasta las muñecas. Lo que significaba que estaba funcionando.

Las venas de Bai Xun se hinchaban, pero el color de sus labios estaba volviendo lentamente.

—¡Maestro Bai Xun, ya casi!

Pero Bai Xun, aunque débil, no era estúpido.

Con los ojos entrecerrados y la voz raspada, lo miró con somnolencia.

—Tú… ¿quién eres?

Ye Luo sintió el calor de su propio qi disolver se. Como si lo hubieran arrancado con tenazas. La energía colapsó hacia adentro y una explosión de luz atravesó su pecho.

Otra bocanada de sangre subió por la garganta del villano perro en el suelo.

Y luego,

Ye Luo se desmayó.

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"El cielo había girado mal desde que nació la gallina con cuernos" 1 : Significa que todo empezó a ir mal desde que pasó algo muy raro o imposible. (como una gallina con cuernos)

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