La noche romana descendía como un telón pesado sobre los contornos del Coliseo. Las piedras, testigos de imperios, de sangre y de traiciones olvidadas, resonaban esta vez con un eco diferente: uno que no venía del pasado, sino de una historia que aún no había sido escrita.
Leo permanecía de pie, impasible, a pocos pasos del cuerpo maltrecho de Jean Pierre Polnareff. A sus pies, la Flecha descansaba con un brillo sombrío, cargado de siglos de voluntad concentrada. El caballero francés respiraba con dificultad, sostenido apenas por la inercia de su promesa: proteger aquello que su sangre aún juraba defender.
Y sin embargo, algo distinto ardía ahora en sus ojos.
No era miedo.
Era expectativa.
—¿Quién demonios eres...? —murmuró Polnareff con voz ronca—. Ese Stand tuyo… no tiene nada que ver con lo que conozco.
Leo lo miró en silencio. Su rostro, frío como mármol, se inclinó apenas. Y su voz emergió, como un salmo tejido con hielo y propósito:
—Soy la mano que se alza cuando el destino titubea. El testigo que no se resigna a observar en silencio. Y tú, caballero… aún tienes un papel que cumplir en esta obra.
Sin más preámbulo, The World Over Heaven emergió tras él. Su presencia era distinta a la de cualquier Stand: no pesaba sobre la realidad, la reescribía.
Un solo toque bastó.
La palma de Leo se posó en el pecho del guerrero.
Y en ese instante, el tiempo pareció inclinarse.
Los huesos fracturados se cerraron como si jamás hubieran sido tocados. Los músculos volvieron a llenarse de energía. Las heridas internas desaparecieron como si hubieran sido errores tipográficos corregidos por una pluma celestial. Las piernas, que hacía años no respondían, vibraron bajo la piel restaurada.
Polnareff cayó de rodillas, jadeando. No por dolor, sino por la magnitud del milagro.
Y en medio de su agitación, levantó la vista.
—...Estoy de pie —dijo, incrédulo—. ¡Estoy de pie!
Lisa Lisa observaba desde las alturas del Coliseo, oculta en la sombra de un pilar antiguo. Su Stand, Silver Threads, se extendía como un encaje etéreo alrededor del lugar, vibrando con tensión. Y sin embargo, sus ojos no estaban puestos en la trampa que tejía.
Estaban sobre Leo.
Y por primera vez, esa mirada no era del todo profesional.
Algo se le había movido por dentro al verlo inclinarse ante Polnareff con esa mezcla de frialdad quirúrgica y determinación impasible. Era el contraste lo que la atrapaba: el poder para quebrar las leyes del mundo... y la calma para hacerlo solo cuando era necesario.
No lo amaba. Aún no. Pero había una semilla.
Una semilla plantada en la soledad compartida, en las noches sin palabras, en la piel que se buscaba sin futuro, y en la comprensión silenciosa que sólo puede crecer entre dos seres rotos.
Y ahora, esa semilla comenzaba a florecer.
—¿Por qué… me importa tanto qué le pase? —murmuró en voz baja, entre frustración y claridad.
—No sé qué clase de monstruo seas —gruñó Polnareff, flexionando los dedos de los pies recién restaurados—. Pero si puedes devolverme esto… quizá también puedas ayudarme a destruir a ese bastardo.
Leo lo miró sin pestañear. Luego, recogió la Flecha y se la extendió con solemnidad.
—Lo que soy no importa. Lo que importa es que Diavolo debe caer. Esta noche. Tú nos ayudarás.
Polnareff aceptó la Flecha. No con obediencia, sino con resolución.
—¡Tsk! Claro que voy a ayudar. Ese malnacido me quitó todo. No pienso morirme sin verle la cara cuando le clave esto en el pecho.
—Y sin saber quién lo venció —agregó Lisa Lisa, bajando por los peldaños del Coliseo. Su postura era impecable, su tono contenido… pero sus ojos hablaban de otra cosa.
Polnareff alzó la ceja.
—¿Y tú quién eres, una modelo o una luchadora?
Lisa Lisa le mantuvo la mirada.
—Ambas. Y ahora, tu aliada. Eso basta por ahora, ¿no crees?
El francés rió levemente.
—He visto cosas más raras. Está bien.
POV: Doppio / Diavolo
—Doppio. Háblame.
La voz del jefe le llegó como un cuchillo contra el cráneo.
—Lo veo… Bucciarati entró al Coliseo. Camina raro, como un muñeco… es espeluznante.
—No pierdas el foco. Hay otra presencia allí. Algo fuera del guion… lo siento… como si el universo se replegara en defensa.
Doppio tragó saliva.
—¿Crees que sea Polnareff?
—No está solo. Hay otra cosa allí. Algo… que sabe demasiado.
Leo permanecía en silencio. Lisa Lisa terminaba de tensar el perímetro con Silver Threads. Polnareff, ya de pie, mantenía la Flecha sujeta como una lanza de guerra.
Y entonces, el aire cambió.
No fue un sonido. Fue una ausencia.
El tiempo vaciló.
Y como una hoja cayendo sin que nadie pudiera detenerla, King Crimson emergió de entre los pliegues de la noche.
Polnareff alcanzó a reaccionar, pero no lo suficiente.
—¡MIER—!
Una mano carmesí le atravesó el pecho.
El grito de Lisa Lisa rasgó la penumbra.
Leo activó The World Over Heaven… pero era tarde. El cuerpo de Polnareff cayó al suelo como un cadáver que había olvidado respirar.
—¡NO! —corrió Lisa Lisa hacia él, aterrada.
Leo lo observó con severidad imperturbable. Caminó hasta el cuerpo, se arrodilló, y colocó dos dedos en su frente.
La realidad obedeció.
The World Over Heaven restauró la vida del cuerpo.
The Archive Over Void restauró la memoria del alma.
Y Bite The Dust volvio todo a como era.
Polnareff volvió a abrir los ojos.
—¡Ese hijo de puta! ¡Lo vi! ¡Vi su cara! —gimió con furia—. ¿Cómo...?
—Porque no puedo perder tiempo explicándote lo que ya sabes —respondió Leo, seco, sombrío—. Esta vez, no vamos a cometer los mismos errores.
Polnareff apretó los dientes. Las venas de su cuello se marcaron.
—Entonces, dime cuándo, y yo lo destripo.
Leo alzó la vista.
—Muy pronto. Esta vez... no vamos a fallar.