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Chapter 48 - Capítulo 44: Trampa de Presagio

Roma – Coliseo, hace un par de minutos

Leo POV:

En el instante en que mi palma rozó el pecho deshecho del caballero francés, sentí cómo los hilos del tiempo se retorcían como serpientes domadas bajo mi voluntad. El poder fluyó sin resistencia, obediente. El hueso se regeneró. El tejido se restauró. Y la vida, como una vela olvidada, volvió a encenderse.

Pero esto no era un acto de bondad.

No había misericordia en mis dedos.

Polnareff no era un compañero. No era un aliado. Era una pieza rota con potencial de utilidad aún no agotado. Salvarlo ahora significaba preservar su cuerpo antes de que fuera devorado por Coco Jumbo, la tortuga portadora del alma. Si permitía que muriera aquí, su conciencia quedaría atrapada dentro de ese cascarón reptiliano, y obtener el control de su Stand —y más importante aún, de la habilidad de aquel espacio extradimensional— se volvería una odisea innecesaria.

No. Esto era eficiencia.

Salvar a Polnareff era asegurar una inversión. Un futuro botín.

Un atajo hacia el dominio absoluto del espacio.

Los héroes se engañan diciendo que el mundo necesita ser salvado.

Yo, en cambio, lo moldearé.

Y para ello, cada peón, cada cadáver, cada sombra devuelta al mundo de los vivos... tiene su propósito.

Incluyendo tú, Jean Pierre.

Presente

La noche se alzaba como un cadáver que se niega a cerrar los ojos. Roma, la ciudad eterna, dormía apenas. Sus callejones exhalaban memorias de imperios y traiciones, y en el corazón de esa historia petrificada, el Coliseo esperaba con sus ruinas abiertas como una boca que iba a devorar una verdad inevitable.

En lo alto de una cornisa oculta por la vegetación y la oscuridad, Leo observaba el interior del anfiteatro con la paciencia cruel de un arquitecto de tragedias. Su figura permanecía inmóvil, camuflada en un silencio tan absoluto que parecía haber sido escrito con tinta invisible. A su lado, Lisa Lisa, arrodillada con el cuerpo apenas contenido por su abrigo largo, tensaba los hilos de Silver Threads bajo la piedra, dejándolos danzar por la estructura como sensores vivos.

Pero incluso en ese estado de concentración, su mirada se desviaba con frecuencia. La forma en que los ojos de Leo se iluminaban sin necesidad de una fuente externa. Su postura serena como si la gravedad le obedeciera. El poder que brotaba de su carne, de su voz, de cada decisión. Lisa Lisa no era una mujer que se dejara llevar por caprichos del alma. Lo suyo era temple, disciplina, deber. Sin embargo, en Leo no veía un hombre… veía un abismo con voluntad. Y algo en ese abismo le hablaba.

No era amor.

Aún no.

Pero lo que sentía se le parecía.

No por salvador, ni por compañero.

Sino por la certeza aterradora de que él era la única constante en un mundo que se disolvía entre líneas temporales.

Él era real. Dolorosamente real.

Leo lo sabía. Lo había leído en sus respiraciones más que en sus palabras.

No dijo nada. No lo necesitaba.

Su atención estaba en el punto exacto donde el presente comenzaría a romperse.

Abajo, en el interior del Coliseo, Polnareff aguardaba. Su cuerpo restaurado hasta la gloria que alguna vez lo definió: piernas firmes, columna erguida, cicatrices borradas con precisión quirúrgica por The World Over Heaven. Vestía ropas sencillas, pero su mirada tenía el filo de un guerrero que ha muerto una vez y no piensa repetirlo sin arrastrar a alguien con él.

Apoyado contra una de las columnas, el francés contemplaba la flecha —la reliquia que alguna vez casi le costó la vida— encerrada en una caja negra de acero reforzado. Su mente no estaba en paz. Había escuchado a Leo, había aceptado su ayuda, y sin embargo, el rencor se anidaba en su lengua.

—No te confío, Leo —murmuró al aire, como si supiera que estaba siendo observado—. Pero no soy estúpido. Si esa cosa se cae en las manos equivocadas, el mundo se va a la mierda. Así que hagamos esto.

Lisa Lisa asintió desde la altura, aunque él no pudiera verla.

Y entonces, el susurro del destino se acercó.

Doppio respiraba con ansiedad mientras sostenía su teléfono de juguete. Caminaba entre los pasillos desmoronados del Coliseo con pasos tensos, deteniéndose en cada esquina como si un disparo invisible pudiera alcanzarlo. Su voz era baja, nerviosa.

—Señor... ya estoy cerca. Bucciarati me dijo que viniera por el lado este… pero no veo a nadie…

—Sigue adelante —respondió la voz oscura y perfecta de Diavolo en su mente—. Polnareff está dentro. El momento ha llegado.

Doppio asintió con fuerza, bajando la cabeza, el miedo diluyéndose en determinación. Sabía que Diavolo tomaba el control en los momentos que importaban. Él era solo el recipiente. El niño obediente. El sacrificio.

Cruzó un arco cubierto de hiedra. Polnareff alzó la vista.

—¿Y tú quién se supone que eres?

Doppio parpadeó. Tartamudeó una excusa cualquiera. Pero entonces sus ojos cambiaron. Su cuerpo tembló y se reacomodó con fluidez sobrenatural. Y Diavolo emergió.

El cambio fue tan rápido que ni Lisa Lisa lo percibió. Pero Leo sí.

The Archive Over Void se encendió como una estrella negra en su espalda.

La trampa se cerraba. Pero el depredador ya estaba adentro.

Diavolo avanzó como un vendaval. Su King Crimson apareció en una explosión de tiempo borrado. Polnareff no tuvo oportunidad de reaccionar. El golpe fue certero, destructivo. El cuerpo restaurado del francés cayó una vez más, esta vez en el mismo lugar donde, en otra línea, había muerto.

Lisa Lisa lanzó sus hilos, pero Leo la detuvo con un gesto.

—No ahora —susurró—. Aún no ha terminado.

El cuerpo de Polnareff cayó pesadamente contra el mármol. Sangre manchó las piedras antiguas. Su vida se deshacía en segundos.

Pero Leo descendió. No caminó. Cayó como un cometa.

Diavolo apenas pudo voltearse cuando el mundo mismo pareció detenerse.

Leo extendió la palma. Y habló, no a su enemigo, sino al universo.

—El tiempo es una secuencia… hasta que yo decido que sea un círculo.

The World Over Heaven emergió, y la realidad se dobló sobre sí misma. En un solo gesto, borró la muerte del cuerpo de Polnareff… y grabó un recuerdo en su alma.

Un recuerdo que sobreviviría a la reescritura.

Un sello en su conciencia que le diría: "Esto ya pasó."

Los ojos del francés se abrieron con horror. Seguía vivo. Pero ahora recordaba el instante exacto de su asesinato.

—Tú… tú me salvaste…

Leo no respondió. Su mirada estaba fija en el nuevo objetivo: Diavolo, que retrocedía en confusión.

—¿Qué eres? —escupió el jefe de Passione, con una mezcla de ira y miedo.

Leo respondió con una sonrisa que no contenía humanidad.

—Soy el autor de lo inevitable.

Lisa Lisa descendió finalmente, los hilos de Silver Threads cerrando el paso a cualquier escape. En su expresión no había rabia, sino algo más antiguo: juicio.

—¿Es él?

—Sí —dijo Leo sin volverse—. Pero no lo mataremos hoy.

Polnareff se apoyó contra la columna. Respiraba con dificultad.

—¿Por qué no ahora?

Leo, aún observando a Diavolo que se retiraba con la mandíbula apretada, pronunció con voz baja:

—Porque aún no ha sentido miedo suficiente. Y el miedo es el único lenguaje que entienden los reyes.

Desde las sombras del Coliseo, el pasado y el futuro se cruzaban por una costura invisible. Y esa noche, la ciudad de Roma no fue testigo de una batalla…

Fue testigo de una declaración.

El cazador no era Diavolo.

El verdadero cazador ya había escrito cómo acabaría su historia.

Y solo faltaban unas páginas más.

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