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SHINKEN NO KAKERA: Los Fragmentos De La Llave Divina

Drago_15
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Synopsis
—Los fragmentos del don no son un regalo divino… son la condena de un dios caído. En un mundo donde tres planos —el Celestial, el Infernal y el Terrenal— colisionan por el control de la Llave del Don, los fragmentos de ese poder supremo se han dispersado en los ojos de diez humanos elegidos. Ninguno sabe quiénes son los demás. Ninguno sabe por qué fueron elegidos. Pero los demonios sí. Kenji Hoshino, un joven cazador marcado por un tragico hecho, provocado por los demonios durante su primer torneo en la academia. busca la verdad, el origen de la guerra entre humanos y demonios... Liderando su propio escuadrón dentro de un gremio lleno de secretos y alianzas dudosas. Cuando en la mazmorra conocida como Caverna Goru no Mitsudo, Kenji encuentra a un joven cuyos ojos han sido arrancados. Kenji Hoshino no sabía lo que le esperaba. No sabía que aquella misión sería diferente. Que aquel muchacho sin ojos que encontraría bajo tierra cambiaría su destino. Y que, en sus ojos —en los ojos de todos ellos— descansaba el eco de un dios que alguna vez fue luz… y ahora solo ansiaba volver. —Kenji descubre una verdad que cambia por completo la guerra entre demonios y humanos: los demonios buscan extraer los ojos de los diez fragmentos para reconstruir la Llave y liberar al dios caído. Así inicia una carrera contra la oscuridad, una búsqueda a ciegas por los otros fragmentos, que ni el propio Kenji sabe si porta. Entre ruinas antiguas, ciudades encantadas y cavernas demoníacas plagadas de monstruos con nombre propio y especie única, se desenvuelve un conflicto ancestral donde las piezas ya estaban en movimiento mucho antes del nacimiento de los protagonistas. Porque en un mundo donde dioses caen, demonios conspiran y las mazmorras ocultan más que tesoros, incluso el fragmento más pequeño... puede destruirlo todo.
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Chapter 1 - EL ECO DETRAS DE LOS OJOS.

"El nombre de mi hermano"

Narrado por Hinata

A veces, no quiero despertar.

No porque el mundo sea feo, ni porque tenga miedo de la oscuridad. Es simplemente… que mis sueños son más claros que la realidad. En ellos, todo tiene un ritmo distinto, como si el tiempo respirara conmigo. Las hojas flotan más lento. Las voces suenan más dulces. Los ojos… brillan más fuerte.

Y en todos esos sueños, aunque cambien las formas, hay una figura que nunca desaparece. Está de espaldas, con el cabello agitado por un viento que no siento, mirando hacia un cielo que no es nuestro. No habla. No se mueve. No me responde. Pero lo sé… es él.

Mi hermano.

No el que me empuja la frente cuando lo molesto, ni el que me roba los dulces cuando mamá no mira. No el que juega a las espadas con Kenji mientras grita que es el "rey de los jardines". No. En ese sueño, Edu no es Edu. Es alguien más. O tal vez… el verdadero.

Esa noche, el cielo parecía temblar. Las estrellas parpadeaban como si tuvieran frío. Y su silueta, más lejana que nunca, me dio la espalda sin decirme nada. Me sentí vacía. Como si el mundo me hubiera olvidado. Como si mis pies no tocaran el suelo.

Y entonces desperté.

Pero algo no se fue.

Mis ojos se abrieron como si alguien me hubiera llamado por dentro. Todo estaba oscuro. La ventana abierta dejaba entrar el aire frío de la madrugada, mezclado con ese aroma húmedo de las ramas de los cerezos. El sudor me corría por la nuca. Sentía el corazón apretado como si hubiera corrido por horas. Mis manos temblaban. El sueño se había ido, pero… su sombra seguía sobre mí.

Me senté en la cama. Zuzu, enroscada a mis pies, alzó una oreja. No se movió. A veces creo que ella también sueña cosas. Cosas que entiende mejor que yo.

—¿Hinata?

La voz se escuchó antes de que la puerta se abriera. Era suave, pero cargada con ese tono entre curiosidad y protección que solo él tiene. Edu entró sin tocar, con el cabello revuelto y los ojos entrecerrados, como si acabara de salir de su propio sueño o... de una pelea con su almohada.

—Otra pesadilla, ¿eh?

Me froté los ojos y asentí. No quise hablar. No podía. Las palabras estaban atrapadas detrás de la garganta, como si el sueño no me dejara pronunciarlas.

Edu se acercó sin prisa, arrastrando los pies. Se agachó junto a mi cama, me miró con esos ojos suyos negros como el fondo de un lago sin luna, y dijo con una sonrisa ladeada:

—¿Esta vez fue con monstruos, dragones, o sirvientas con cuchillos de cocina?

Levanté la vista apenas. Su tono era burlón, como siempre, pero había algo más. Un brillo que no encajaba con la broma. Como si él supiera exactamente qué había visto.

—Fue sobre ti —susurré.

Por primera vez, su rostro dejó de moverse. Ni una ceja se alzó. Ni un músculo tembló. Me miró. Sólo me miró. Largo. Como si mis palabras hubieran sido un hechizo.

Y entonces sonrió.

—¡Claro que sí! ¿Quién no sueña conmigo? Soy muy guapo. Seguro en tu sueño te salvaba de una horda de babosas demoníacas. ¿No?

Negué con la cabeza. Edu soltó un bufido exagerado, se dejó caer de espaldas sobre el tatami y dijo:

—Estoy ofendido. ¡Ni siquiera en tus pesadillas soy el héroe! Eso no puede ser. Vamos, cuenta. ¿Qué hice esta vez?

Lo miré de reojo. Zuzu aprovechó para saltar sobre su pecho, como si supiera que necesitaba distracción. Edu se quejó, la apartó con cuidado, y ella volvió a trepar con más insistencia. La escena me hizo sonreír a pesar del nudo en el estómago.

—¿Y ahora tú de qué parte estás, gata traicionera?

—Ella me cuida. —Le saqué la lengua.

—No, no, no. Esto es una conspiración. ¡Zuzu, deberías protegerme! Después de todo, soy el que te deja quedarte en mi cama cuando roncas.

Zuzu bufó y se acomodó en mi regazo, como si me diera la razón por contrato. Edu fingió estar herido, se levantó tambaleando como actor en tragedia y luego me miró con una expresión que casi rompió la fachada de broma.

—¿Estás bien?

Tardé en responder. No sabía cómo explicar que me sentía como si un pedazo de mí no hubiera regresado con el resto. Como si todavía estuviera allá… en ese cielo sin luna, mirando a alguien que no quiere ser visto.

—¿Me prometes algo? —pregunté en voz baja.

—Depende. Si es que deje de molestar a Zuzu, imposible.

—Prométeme… que nunca te irás sin decir adiós.

Edu frunció el ceño. Por un instante, su rostro se endureció, como si esa frase hubiera tocado un rincón escondido en su pecho. Luego se sentó junto a mí, me revolvió el cabello y dijo con tono despreocupado:

—Tonta. ¿Adónde podría ir sin ti? No sabrías ni cómo peinarte sola.

Me reí bajito. No porque fuera gracioso, sino porque necesitaba reír. Y Edu, lo sabía.

Se levantó, estirándose como un gato flojo. La luz del amanecer se colaba por la ventana, pintándole el cabello con un destello rojo tenue. Por un segundo, se veía... distinto. Como si algo dentro de él quisiera despertar, pero aún no supiera cómo.

—Vamos. Mamá va a hacer esos bollos raros que solo tú puedes comer sin llorar.

—¿Con ciruelas?

—Sí. Esa fruta que parece un castigo.

Bajamos juntos, con Zuzu siguiéndonos como una sombra ruidosa.

Desde el pasillo, los olores de la cocina comenzaron a llenar el aire. Mermelada, pan tostado, sopa de miso y... un leve aroma a tierra mojada. El día apenas comenzaba.

Pero en mi pecho, algo seguía latiendo con un ritmo que no entendía.

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Bajamos las escaleras envueltos por los aromas que se expandían como música lenta desde la cocina. Aquel olor que parecía envolver toda la casa como un abrazo —caldo tibio, fruta dulce, pan recién horneado y humo leve de leña— me dio ganas de quedarme ahí, detenida para siempre.

En la sala principal, papá hojeaba unos mapas con cara de estar planificando una guerra contra la estantería. Tenía un lápiz en la boca y varios pergaminos desenrollados por el suelo. Sus cejas fruncidas eran tan densas que parecían tener vida propia. Cuando nos vio pasar, asintió con la cabeza, sin decir palabra. Eso, en idioma Ibuki Hoshino, significaba: Buenos días, pequeños soldados de la cocina.

—¡Hinata! —gritó Kenji desde el comedor, la boca llena de arroz—. ¡Edu me hizo una trampa! ¡Me dijo que había un escarabajo gigante y cuando me di la vuelta, me pegó con su espada!

—No fue una trampa, fue una estrategia de batalla —replicó Edu, con tono de general experimentado.

—¡Es trampa! ¡Tú dijiste que las trampas no valen!

—Lo que dije fue: "En guerra y en amor todo se vale". Deberías escucharme más.

Mamá rió desde la cocina sin volverse, con ese sonido claro como campana vieja. Estaba junto a Azumi, que picaba algo en una tabla de madera con rapidez y silencio. Shizuka en cambio estaba peleando con una olla grande que hacía sonidos burbujeantes sospechosos. De vez en cuando, sacaba algo con una cuchara de madera y lo probaba con expresión solemne.

Zuzu saltó de un mueble a otro, ignorando cualquier intento por mantenerla lejos del desayuno. Cuando Edu intentó atraparla, ella se le escapó trepando por su túnica, dejando un rastro de pelos y una bufanda invisible de maullidos ofendidos.

—¡Zuzu! ¡Eso no es una pista de combate!

—Tal vez quiere entrenar contigo —dije riendo mientras tomaba asiento.

Edu hizo una mueca exagerada, acariciándose el cuello arañado.

—Entonces es peor que cualquier slime del bosque.

Mamá sirvió los bollos aún calientes en un plato grande, los colocó en el centro de la mesa y se secó las manos con el delantal.

—Buenos días, pequeños caos andantes. Y tú también, Zuzu.

Zuzu maulló con un tono que parecía una respuesta. Mamá le dio un trozo de salmón en secreto, como siempre.

—Edu, cuida tu forma de hablar —dijo Azumi con voz serena mientras seguía picando con exactitud matemática—. Kenji te imita en todo, incluso lo malo.

—¡Eso no es cierto! —saltó Kenji con la boca llena—. Bueno, tal vez un poco.

—Mucho —agregué con dulzura.

Shizuka apareció con una bandeja enorme, el rostro ligeramente sonrojado. Tal vez por el calor de la cocina, o tal vez por algo más. Su mirada se desvió hacia Edu, que en ese momento se pasaba una mano por el cabello con gesto despreocupado, como si supiera que estaba siendo observado.

Shizuka se acomodó el flequillo detrás de la oreja, colocó los platos con precisión casi militar, y fue a sentarse sin decir palabra. Pero vi que se mordía el labio, como si estuviera pensando demasiado.

—¿Y hoy qué toca? —preguntó Edu mientras robaba un bollo antes de que Kenji pudiera atacarlo.

—Toca desayuno, clase de historia y luego entrenamiento —dijo mamá sin dudarlo.

—¿Entrenamiento con quién? ¿Con el abuelo invisible o con la madre despiadada?

Mamá alzó una ceja.

—¿Cuál crees?

Edu se llevó una mano al pecho fingiendo dolor.

—He sido traicionado. Lo sabía, Zuzu. Estamos solos en este mundo.

Zuzu maulló sin convicción, demasiado ocupada oliendo un pedazo de pescado para sumarse a la tragedia.

—Hinata —dijo papá desde el otro extremo de la mesa, con su voz profunda de comandante cansado—. ¿Sigues teniendo esos sueños?

Me tensé. Todos dejaron de masticar por un segundo. Zuzu levantó la cabeza como si entendiera que la conversación había cambiado de temperatura.

—Sí —respondí en voz baja—. Esta vez... era Edu.

Un murmullo invisible recorrió la mesa. Kenji me miró con ojos grandes. Shizuka dejó caer la cuchara con la que removía su té. Azumi apretó la cuchilla sobre la tabla sin cortar nada.

Papá asintió lentamente.

—¿Y cómo era?

—Estaba de espaldas. No hablaba. Todo era muy rojo. Como fuego... pero no quemaba. Y... estaba triste. Muy triste. Pero no lloraba.

Mamá se acercó y me acarició la cabeza. Su mano era cálida y olía a ciruela.

—A veces, el alma habla a través de los sueños. Quizás sea sólo tu forma de decir que lo quieres mucho.

—Yo también la quiero —dijo Edu, dándome un golpe suave en la frente con un dedo—. Aunque sus sueños me den mala fama.

Intenté sonreír. Lo logré, pero fue un gesto frágil. Papá me miraba con esos ojos que no se movían aunque parecieran suaves. Sabía que él entendía más de lo que decía.

Shizuka, en cambio, seguía sin hablar. Miraba a Edu de reojo, como si tratara de encontrar algo bajo su piel. Como si la historia del sueño hubiera desenterrado una sospecha que no quería tener.

Y Zuzu… Zuzu no se movía. Sentada en mi regazo, con la cola enrollada, observaba la ventana. Como si esperara ver algo allá afuera. Como si supiera que algo se acercaba.

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